Tuve que hablar a solas con Travis después de salir de la clase de química antes de que Drew y Kat nos alcanzaran al salir de sus clases; había invitado a Engel a nuestro fin de semana, y, efectivamente él no encajaba demasiado bien en nuestro grupo, él no encajaba bien en ninguna parte porque era tan diferente a todos, pero seguía siendo un alumno más del instituto, un chico mas, otro adolescente con ganas de divertirse, su mente y comportamiento eran mas propias de un anciano amargado, pero en algún lado tenía que quedar su alma joven.
Travis no tuvo ningún inconveniente en tener uno mas para el viaje y prometió guardar el secreto hasta mañana por la mañana.
En el aparcamiento, Drew estaba muy animado, casi de forma irreconocible a comparación de la hora del almuerzo, sentí pena por él; interrogó varias veces a Travis, parecía más nervioso que en un examen sorpresa de cálculo –era muy malo mintiendo que no ocultaba del todo bien nuestro pequeño secreto-, por un momento me arrepentí de haberle dicho. Me atreví a interrumpirlos en medio de su charla objetando que tenía que llegar temprano para ayudar a mi tía en la tienda de antigüedades, que no era completamente mentira. Me ofrecí voluntariamente a cambio de un fondo extra en mis ahorros para comprar y gastar estúpidamente en cosas innecesarias.
La tienda era muy aburrida cuando ya conocías todo lo que había ahí, e incluso sabías la historia completa de pies a cabeza de algún artilugio interesante; solo había cosas que hacer en época de turistas y finales de Octubre no era época de turistas obviamente.
Me puse a adelantar mis deberes del lunes, mientras esperaba que Juliette llegara, un gran aburrimiento recaía sobre mí que pude haberme quedado dormida de un momento a otro.
La campanilla de la puerta tintineó melodiosamente y me alegré de tener una excusa para hacer a un lado las ecuaciones de cálculo que ya me estaban provocando jaqueca, detestaba las matemáticas. Levanté la vista del la libreta, entusiasmada de tener algo nuevo que hacer. Un hombre joven, incluso apuesto, se acercó con garbo al mostrador, tenía el aspecto de una estrella de cine, pero no de esas que se enorgullecen de lo que son y piensan que ya son dioses por ser famosos; la humildad y la sencillez eran evidentes en él; tenía el cabello un poco largo, despeinado por el viento, ondulado y rubio platino y sus ojos eran de un atrayente azul intenso; su presencia le daba un aire de iluminación al oscuro y húmedo lugar.
Me observó meticulosamente unos minutos y después sonrió jovialmente.
—Eh… ¿buscaba algo en especial? —estaba empezando a hiperventilar.
—Buscaba a Juliette Crawforth                      
—No se encuentra ¿Quién la busca?
— Un viejo amigo… ¿y tu eres?
—Annette Crawforth, su sobrina.
Su sonrisa se amplió y una extraña expresión paternal apareció en sus ojos, le devolví la sonrisa convencida, sacó sus manos de los bolsillos de su gabardina color arena -que le daba un aire de detective privado de Hollywood- y me tendió una mano para que la estrechara. Era un hombre de esos que a simple vista parecen confiables, emanaba paz, tranquilidad; si no fuera tan joven y apuesto juraría que era un sacerdote.
—Un gusto, Anne.
— El placer es mío, señor—Y si no lo fuera aún así tenía que mostrar educación, pero lo era— ¿Le gustaría dejarle algún mensaje a mi tía?
—Claro… y no me llames señor, mi nombre es Lionel
Volvió a sonreír amistosamente.
Rebuscó en sus bolsillos interiores y sacó un sobre blanco.
— Entrégaselo a Juliette, por favor. Confío en ti, Anne.
—Descuide, señor.
Me lanzó una mirada de advertencia y se rió.
—De acuerdo, Lionel, se lo entregaré esta misma noche.
—Gracias. — dijo por último y se dio la vuelta para marcharse.
Lionel parecía tan misterioso y algo en él me era muy familiar, pero no supe que era. En mi fuero interno lamenté que tuviera que irse tan pronto.
Cuando abrió la puerta y salió, una ventisca de aire se coló hacia el interior haciendo tintinear de nuevo la campanilla, alborotar las hojas de mi libreta de cálculo y el sobre -que había quedado sobre el mostrador- salió volando. Cayó limpiamente al suelo dejando salir su contenido, solo se trataba de una pluma blanca de ave -tan blanca como la nieve- y un trozo de papel, no era mi intención leer correspondencia que no era mía, pero las letras negras con las que estaba escrita la nota tenían un tamaño considerable y eran legibles e in-ignorables.
“Ellos están aquí”
Solo eran tres palabras, y no había nada más en el sobre; una nota demasiado corta, intrigante por completo.
Confundida y tratando de quitarle importancia al asunto regresé la pluma blanca y el trozo de papel de nuevo a su lugar original, lo guardé dentro de mi chaqueta y volví a mis deberes de cálculo, ahora había perdido mas el interés y en vez de las fórmulas matemáticas era la frase esa la que resonaba en mi cabeza, con la voz suave de aquel hombre misterioso.
Un ruidito molesto interrumpió mis sueños, que desde hace ya casi dos semanas no habían sido esas pesadillas agobiantes, podía dormir con tranquilidad sin temor a ver las cosas que mas me aterraban cada vez que cerraba mis ojos, creo que mi terco subconsciente ya había aceptado que Engel Jackocbsob no era una mala persona.
Abrí un poco los ojos y una luz molesta que entraba por la ventana me hizo querer volver a dormir y no despertar hasta que el sol volviera a su lugar detrás de las nubes, donde debería estar siempre; no se trataba de que tuviera tendencias vampíricas, solo me gustaban mas los días nublados –no lluviosos- que los soleados, donde una bola luminosa en el cielo provocaba humedad y segaba tus ojos con su incandescente luz cálida.
Recordé lo que había para este día, me levanté a regañadientes y me alisté para bajar, demoré mas de lo normal y me descubrí a mi misma admirando cada lado de mi perfil en el espejo y arreglándome cualquier cabello fuera de lugar, descarté la idea de estar haciendo todo eso por algo en especial, pero en lo mas recóndito de mi conciencia sabía porque lo hacía, solo me negaba a reconocerlo.
Busqué debajo de la cama mis “ahorros para malgastar” y cuando encontré la bolsita de plástico llena de una considerable cantidad de dinero la vertí en los bolsillos de mis vaqueros, no me parecía cómodo usar bolsa de mano, tacones, faldas cortas y blusas ceñidas al cuerpo para ir solo de compras, eran un estorbo y un imán de miradas indeseadas. Aunque me preguntaba si…
“Olvídalo” me interrumpió esa voz en mi cabeza antes de que pudiera terminar. Suspiré. Era mejor así.
Bajé a desayunar, entre las prisas solo probé un par de tostadas y una taza de chocolate caliente. Tomé la chaqueta del perchero; cuando metí las manos en los bolsillos para protegerlas del frío, una de ellas se encontró con un trozo de papel arrugado, me di cuenta que había olvidado darle el sobre a Juliette. Lo saqué y se lo entregué.
— Un amigo tuyo me lo dio ayer en la tienda. —Le dije cuando capté su interrogación— su nombre era Lionel.
Su boca se entreabrió cuando mencioné el nombre del tipo con pinta de detective de película. Sacó el contenido y su rostro palideció por unos instantes, algo no estaba bien; su más rápida reacción fue darse la vuelta para regresar a la cocina a lavar los trastos sucios del desayuno, una buena maniobra improvisada que de haber estado divagando en mi propio mundo la habría pasado por alto, pero no, me importaba mas quien era realmente Lionel y a que se refería con ese mensaje, ¿Quiénes eran ellos?
— ¿Pasa algo malo?
La seguí hacia la cocina y me paré en el marco de la puerta, alzando una ceja en busca de mis respuestas, pero Juliette fingió no escucharme.
Me preocupaba esa reacción extraña. Tal vez no la esperaba. Las personas guardan secretos, pero Juliette decía que la confianza era mejor ante todo, porque los secretos generan desconfianza y la desconfianza genera discordia. Era muy simple entre ella y yo, sobrina y tía, solas nos teníamos la una a la otra y no recordaba tener algún secreto de mayor importancia, sabía todo de mi y creía saber todo de ella.
— ¿Qué significa ese mensaje?—pregunté nuevamente— ¿Es él realmente tu amigo?
— No es nada Anne, cosas del trabajo. No pasa nada cariño.
Me miró a los ojos unos instantes y sonrió de forma maternal, como si tratara con la Anne de cinco años que preguntaba como eran sus padres. Eso me enfureció. Yo no era tonta, sabía que esa nota tan simple tenía que ver más que solo trabajo.
No pude gritar lo que pasaba por mi cabeza, justo en ese momento –el equivocado- llamaron a la puerta.
Bufé y contra mi voluntad crucé la sala y el vestíbulo pisando fuerte para que se diera cuenta que tan molesta estaba. Compuse mi rostro y abrí la puerta.
En el umbral estaba Travis, con una sonrisa alicaída y retorciéndose sus rizos como lo hacía cada vez que estaba nervioso o desesperado. A sus espaldas, aparcado en la acera de enfrente vi el Lamborghini de Engel, sin las muecas dudosas de Travis y los secretos misteriosos de mi tía, hubiera sonreído; recargados en el Focus amarillo que estaba frente al jardín se encontraban Kat, Drew - quien tenía cara de pocos amigos- y Jess la hermana menor de Travis.
— Tía, ¡Ya me voy! — le informé rápidamente.
— ¡Que tengas un buen día, cariño!
Cerré la puerta, hablaríamos esta noche u otro día. No escaparía.
Avancé decididamente hasta donde estaban los otros tres, algo no muy bueno me esperaba. Me detuve frente a ellos dándoles los buenos días, intenté esbozar una sonrisa inocente de yo no fui, pero sí, fui yo, así que no valía mucho.
— ¿Cómo pudiste? —Me preguntó Drew, dolido.
Sabía de qué estaba hablando. En cada sílaba dejaba claro lo molesto que estaba y me taladraba con sus oscuros ojos, me sentí culpable por arruinarle el día –de nuevo- pero su mirada llena de reproche no me provocaba las mismas sensaciones de miedo y vergüenza que me provocaban las miradas de Engel, fue simplemente por eso que me mantuve firme en la decisión que había tomado, no considerándola la mejor, pero si una buena decisión.
Cuando hablé mi voz se escuchó severa y autoritaria. No había sido mi intención, pero también estaba hastiada de él y sus prejuicios intolerantes.
— Nunca dijimos que nadie más podía venir. —Y miré a Jess— Además, a nadie más le afecta solo a ti. ¿Kat, Jess tienen alguna objeción?
Jess negó con la cabeza, pero fue Kat quien habló.
—No, de hecho creo que es buena idea que lo invitaras, siempre está solo y creo que…
—Katherine… ya entendimos—la cortó Drew disgustado— Es que es detestable, por eso nadie lo quiere.
—Habla por ti— murmuró Travis en voz baja.
Drew lo fulminó con la mirada.
—Ya basta—sentencié— Se portará bien, y ustedes también.
Travis, su hermana y Kat asintieron inmediatamente mientras que Andrew soltó una especie de gruñido que tomé como su propio gesto de aprobación.
—Pero si no llega en cinco minutos, nos iremos.
Echó un vistazo al reloj de su móvil y una chispa de esperanza se albergaba en las facciones contrariadas de su rostro, al parecer no se había dado cuenta de que el conductor del fabuloso auto que admiraba discretamente –ya que estaba muy enfadado para comentarlo con nosotros- era la detestable arrogante lombriz rumana.
Estaba a punto de ir por él, cuando vi su silueta delgada y perfecta venir, no bajaba de su auto, venía caminando por la banqueta, aún a unas cuatro casas de distancia de la mía y me pregunté donde habría estado y porque venía por ese rumbo. Por un momento dudé si era Engel u otro chico cualquiera con un gran parecido a él, aunque era difícil encontrar a alguien que se le pareciera, pero cuanto mas se acercaba lo confirmé, sin duda era él, solo era su aspecto cuidadosamente desaliñado lo que le hacía ver diferente. Pantalones raídos, Converse viejos y un sweater delgado negro, rojo y gris remangado poco debajo de sus codos, la ligera prenda enmarcaba sus músculos dejando atrás el aspecto desgarbado de a diario; había cambiado su ropa elegante por algo casual y mas de acuerdo a sus acompañantes, interiormente le agradecí su noble gesto. Me quedé paralizada en mi lugar, observándolo –y no fui la única- los demás, sobre todo las chicas, estaban boquiabiertas, incluyéndome en ellas.
Engel vino directo hacia mí y saludó con un silencioso e inexpresivo “Hola”. No le devolví el saludo, aún no lograba recuperarme de la impresión.
— ¿No me vas a presentar con tus amigos? —preguntó elevando su voz un tono.
— ¿Ah? —seguía aturdida.
Levanté mi cabeza para verle bien su perfecto rostro, severo y frívolo, pero en paz. No fruncía el ceño como cada vez que lo ofendía, tampoco pegaba sus labios y hacía muecas, inconforme. Arqueó una ceja y me golpeó con sus dedos índice y pulgar en la nariz.
Desperté.
—Claro… bueno—balbuceé y con mi mano los señalé—Travis, Jess, Kat y Andrew –Engel. ¿Nos vamos ya?
Esbozó media sonrisa.
— No me había dado cuenta del inconveniente— dijo de pronto Drew, maliciosamente, cuando nos empezábamos a mover.
Nos detuvimos, nadie sabía de qué estaba hablando ahora.
— Solo debemos ir cinco en el auto… y somos seis. Aun somos menores de edad y eso podría traernos problemas.
Chasqué la lengua, molesta por sus intentos de hacer que se quedara Engel, me sentí apenada con mi invitado pero el seguía sonriendo de forma divertida.
— Yo – No- saber- si – tu –entender –bien— Drew se dirigió a Engel como si le hablara a un retrasado mental— pero –así – funcionar –las –cosas –aquí.
Abrí mi boca, sorprendida, de todo lo que pudo haber hecho no creí que se atreviera hacer algo así. Fue humillante, insultante y grosero.
—Agradezco tu gesto solidario por hacerme sentir cómodo en tu país, pero, hablo el inglés perfectamente… incluso mas que tu.
Drew se quedó pasmado, con la expresión de alguien que recibe una fuerte bofetada de sorpresa, que merecida se la tenía. Fue entonces cuando me di cuenta que nunca había reparado en ese pequeño detalle, supuse que se debía a lo insignificante que parecía, su acento inglés no desentonaba con el nuestro, era perfecto.
Y Engel Jackocbsob había ganado de nuevo.
—En cuanto al problema del auto, no me importaría llevar el mío, el problema es que solo hay dos lugares…
— ¿Qué clase de auto tiene solo dos asientos? —inquirió Andrew en son de burla en un fallido intento de no ser el perdedor. — ¿Un Smart?
—Ese.
Engel señaló con el pulgar hacia el Lamborghini. Pude notar el tono autosuficiente en su voz y los bufidos emberrinchados de Drew intentando ocultar su asombro.
—Bien, haz lo que quieras— espetó Drew hoscamente rodeando el Focus.
Subió al asiento del copiloto cerrando de un portazo; hice una mueca, disgustada y en parte, apenada, debía recordar pedirle una disculpa después.
Travis se encogió de hombros. No le gustaba que peleáramos, él lo detestaba yo era su mejor amiga y Drew era su mejor amigo y tan bien como lo conocía podía casi asegurar lo que pensaba; si se ponía de lado de uno, traicionaría al otro.
—Mejor nos vamos, se hace tarde—dijo con voz entrecortada y luego se dirigió a Engel— Supongo que te veremos allá.
—Si no les molesta, llevaré conmigo a Anne, no quiero perderme en el camino.
Me tomó de la mano de una forma posesiva.
—De acuerdo—aceptó mi amigo al instante. No me dio tiempo de reaccionar—Entonces los veremos ahí.
Engel tiró de mi brazo y con rapidez cruzamos la calle; la puerta se abrió y me empujó con delicadeza hacia el interior, en unos segundos ya estaba allí, sentado a mi lado, frente al volante.
Sonreía abiertamente, satisfecho, parecía demasiado libre y hermoso.
—Aún podemos escapar a Perthshire ¿Qué dices?—intentó animarme.
— ¡Oye! —Protesté juguetonamente— ¿Así que este era tu plan?
Se rió con disimulo y me miró a los ojos, casi pude ver sus maliciosas intenciones asomarse.
—No, Engel… no me vas a secuestrar—dije suplicante— no lo arruines, por favor.
Se quedó pensativo, pero no dijo nada; su sonrisa se ensanchó mostrando su dentadura y aunque parecía alegre e inofensivo un escalofrío recorrió mi columna, comprobé que su sadismo era personal, único, solo suyo.
— ¿A923? —preguntó resignado.
Asentí, gustosa con un aire de suficiencia. Lo mejor de todo: yo había ganado.
Dio vuelta a la llave y escuché el apacible ruido del motor al ponerse en marcha. Desvié la vista hacia fuera y vi como el Focus también avanzaba. Colocó música metal en el estéreo y dejamos inmediatamente mi calle rumbo al centro, conducía con rapidez moderada a comparación de la última vez.
Me recargué contra el suave asiento de cuero, preparada para lo que prometía ser un viaje muy largo, literalmente hablando, cuando salimos de Dunkeld la velocidad del auto iba en aumento cada segundo y la aguja del velocímetro empezaba a ascender notoriamente; presté atención hacia fuera pero solo veía líneas verdes y grises enmarcando el camino, como el efecto de blur en un una imagen digital. Mi primera reacción fue de alarma, pero no pude replicarle nada cuando lo vi disfrutando conducir a exceso de velocidad, una pasión desbocada se reflejaba en sus ojos, además, yo también lo disfrutaba y mi propio egoísmo me hacía ir más allá de los puntos razonables. Era una eterna amante de lo prohibido.
Pasamos el desvío de la carretera que nos había llevado hasta su mansión; Engel pareció darse cuenta de eso y por una razón que desconocía, su sonrisa se amplió todavía más. Nunca antes lo había visto sonreír demasiado en un día y esto era solo el comienzo de lo que nos esperaba al avance de las horas. Ignoraba sus razones eufóricas, no tenía idea de a que se atribuían tan bellas sonrisas devastadoras, solo estaba segura de que me gustaba verlo sonreír, me gustaba demasiado. Mi corazón lo sintió y empezó a latir con mucha mas fuerza en cuanto esos pensamientos gratificantes cruzaron por mi loca cabecita; tal pareciera que él había notado el cambio de mi ritmo cardiaco; en el momento exacto, se volvió para verme sagazmente, nuestras miradas se encontraron y una oleada de nerviosismo se apoderó de mí; la elocuencia magnífica de sus ojos me derrotaba placenteramente, y, por un momento estuve a punto de agachar la mirada, pero, mi orgullo era tan poderoso como lo eran sus encantos naturalmente arrolladores, me vi obligada ver en otra dirección.
Las comisuras de mis labios se contrajeron e inconscientemente le devolví una tímida sonrisa que intenté contener llevándome a la boca una mano oculta entre las mangas de la chaqueta.
Sus exuberantes gestos regresaron al rango normal; por una parte, era lamentable porque quería seguir viéndolo así; y por la otra, agradecía eso para no tener que sentirme cohibida e insignificante ante su presencia.
— ¿Tienes frío? —preguntó dejando caer su vista sobre mis manos ocultas.
— ¿Qué?—me había tomado desprevenida— ¡Ah! No… está bien.
¿Frío? Estaba de broma. El día era soleado, perfecto y hacía un poco de calor considerando que estábamos en pleno otoño, sin mencionar el calor que sentía cada vez que él estaba ahí. Cerca.
— ¿Tienes hambre?
Y de nuevo me tomó inadvertida, rompiendo mis cavilaciones.
—Humm…No
—Genial, yo si, espero que no te importe que me detenga por un aperitivo.
Me reí discretamente e hice como que buscaba algo allá afuera.
—Por supuesto que no— expresé irónica— ¿y que vas a comer? Hay unos árboles deliciosos a diez metros y si eres ágil podrías desayunarte un par de ciervos.
Se llevó un dedo a los labios, pensativo.
—Los ciervos suenan tentadores…
Entonces, me miró con detenimiento y un brillo extasiado apareció en sus ojos.
—también te puedo comer a ti, te tengo mas cerca, comida fácil, hay que ser prácticos. —Suspiró con resignación —Pero no quiero que tus amigos me interroguen y esas cosas legales, bla bla bla… me conformaré con la cafetería que se encuentra a 200 metros más allá.
Entrecerré los ojos.
—Creí que no conocías estos rumbos—le acusé.
— Y creíste bien. Pero mi instinto de supervivencia me lo dice. —Se rió entre dientes, disfrutando, de lo que supuse era una broma privada.
Disminuyó la velocidad de forma radical y entonces pude ver un pequeño establecimiento a orillas de la carretera; se desvió cuidadosamente hacia fuera y aparcó en el pequeño estacionamiento del local donde solo había un par de coches más, cada uno a lado del fabuloso Lamborghini; si los autos tuvieran sentimientos, los otros dos ya se hubieran suicidado al tratarse de un pequeño chevy rojo obviamente de los 90`s y un Volkswagen beetle blanco mas antiguo que el raquítico chevy.
Sonrió.
— Hace solo una hora que desayuné. Tengo hambre.
—Eres un glotón.
Levantó una de sus manos colocando su palma frente a mí y los dedos extendidos, con la otra, me señaló uno de sus dedos, como si estuviera contando.
—Soberbia… Avaricia… Ira… Pereza… Gula…
Cambió de mano.
—Envidia… ¿Quieres conocer el último?
La sangre subió hasta mi cabeza y el calor se volvió abrumador; contuve la respiración mientras sus intensos ojos se clavaron en mí y la más seductora de sus sonrisas me deslumbraba.
No me había dado cuenta que lentamente él se fue acercando y yo alejando, hasta que, mi espalda quedó pegada a la puerta; tragué saliva y me giré sobre mi asiento para forcejear contra la misma, olvidando –como siempre- que se abría hacia arriba.
Le lancé una mirada llena de reproche a Engel y él soltó una débil carcajada.
—Vete al infierno—murmuré.
Mi ofensa pareció ser un cumplido para él.
—Gracias.
Se volvió a reír. Evidentemente me estaba tomando de su burla.
Las puertas se abrieron al mismo tiempo. Salí dando tumbos por la prisa que llevaba, estuve a punto de besar el suelo y gritar ¡Libertad! A todo pulmón pero me vería extremadamente ridícula y sabía que él lo disfrutaría mucho. No le daría el gusto. Hice todo lo contrario. Caminé decididamente hacia la entrada de la cafetería, con la mirada al frente y mi cabeza erguida en un pequeño ángulo hacia el cielo adoptando un porte de dignidad.
Casi de forma automática, él se puso a mi lado y me siguió despreocupado aún con ese buen humor; mi “dignidad” se fue a un cubo de basura cuando sus menudos pasos y su porte de aristócrata del siglo XXI se compararon ante mi improvisada sobriedad. Gruñí por lo bajo y suspiré derrotada.
Con distinción y caballerosidad, Engel abrió la puerta de la cafetería dejándome pasar primero; decidí no dar demasiada importancia a ese asunto antes que verme derretida por tan distinguidas acciones de noble mozo; adopté una actitud de fingida indiferencia; caminé directo hacia la primera mesa que se vio a mi alcance. Un pequeño comedor de madera a lado de la ventana con un par de sillas también de madera frente a otro par. Se acercó, creí que se sentaría también, pero en lugar de eso, me tomó de la mano y me llevó a otra mesa, en el rincón; apartó la silla para que me sentara y después la empujó hacia delante sin dificultad; se sentó frente a mí, entrelazó sus dedos y colocó los codos en la mesa, permaneciendo serio, mas sereno que molesto: solo una persona tranquila que toma una taza de té por la mañana.
—Aquí es mejor— dijo solo por decir algo— hay menos luz que allá ¿no te molesta? ¿Te gusta la luz?
Giré mi cabeza inconscientemente hacia la mesa donde me había sentado primero y me di cuenta de que estaba hablando; los rayos del sol entraban por la gran ventana y bañaban la mesilla dividiéndola en dos con su brillante luz dorada.
Negué con la cabeza para responder a sus preguntas.
—No, aquí está bien. ¿A ti tampoco te gusta la luz?
—No mucho, el sol me estresa y me siento más a gusto en lugares carentes de él, me muevo mejor.
Se tomaba la molestia de escoger cuidadosamente sus palabras, tanto, que no encajaban muy bien en la frase improvisada.
Me reí, y él percatándose de eso, me devolvió una mirada confusa.
— ¿Qué sucede?
— Nada. Me recordaste algo.
— ¿A quien?
Arqueé una ceja.
—Dije a algo, no a alguien
—Humm y no me vas a decir a que. — Afirmó frunciendo el ceño.
— No.
—Lo averiguaré—Amenazó juguetonamente.
— Como quieras.
Nos miramos directamente a los ojos, él intentando averiguar de que estaba hablando yo, y yo buscando algo nuevo en él, hoy había algo muy distinto y no se trataba de su repentino buen humor, era algo más, pero no lograba darme cuenta pese a que mi atención solo estaba centrada en él y nada mas.
Nuestro contacto visual se rompió cuando la voz de una mujer se escuchó y nos dimos cuenta que se dirigía a nosotros.
—Hola corazones— parecía amable— ¿ya han decidido que van a comer?
Aparté la vista de Engel; por un momento olvidé donde estábamos y porque estábamos allí. La mujer nos sonrió con afabilidad, tenía toda la pinta de una abuelita que dedica su tiempo a cuidar a sus nietos y a cocinar galletas. Era rechoncha, de cabello corto castaño claro combinado con las canas propias de su vejez, sus mejillas estaban sonrosadas y detrás de sus gafas nos miraban sus ojos azul claro, llenos de hospitalidad. Engel la estudió con prolijidad, rígido en su asiento, seriedad y conjetura sustituyeron su calma; era un chico extraño, que al parecer tenía desconfianza ante todo el mundo, quizás un trauma de su pasado, no quise imaginar que. Poco a poco sus facciones se fueron serenando hasta parecer mas calmado.
Aliviada de que no saltaría sobre la mujer, aparté mi vista de él. Levanté la carta y observé aunque no tenía intenciones de pedir algo.
— Quiero esto, esto, esto, esto, esto, esto y… esto. —Decía Engel a la dependienta mientras le señalaba en la carta y ella anotaba los pedidos en una pequeña libretita — Supongo que será suficiente.
La mujer pareció anonadada. Probablemente pensaba que era una broma –su mirada se volvió un poco recelosa- de un par de adolescentes sin nada que hacer; pero accedió cuando se dio cuenta de que mi cara también era de alguien sorprendido, ¿Cómo podía caber tanta comida en su cuerpo de lombriz?
— ¿Y tu querida?
— Eh… nada para mi, gracias.
Engel frunció el entrecejo.
— Esto para ella. — le señaló de nuevo el menú.
—En un momento se los traigo.
La mujer se fue y le lancé una mirada furibunda a Engel, nunca entendía que cuando era no era NO.
— No me gusta comer delante de alguien que no come— me explicó.
— ¿De veras comerás todo eso? Recuerda que no tenemos toda la mañana. Nos van a estar esperando.
—Si lo pedí es porque lo comeré y no te preocupes, no tardaré mucho, además les llevamos demasiada ventaja.
Me volvió a ver de nuevo en silencio, le devolví la mirada, no sentí su intenso contacto visual, por lo que no estuve segura de que mirara mis ojos, mas bien su mirada caía sobre mi cuello y me pregunté que tenía de interesante. Seguí viendo sus ojos entornados en esa dirección, buscando de nuevo… Y entonces me di cuenta.
— Tus ojos hoy se ven diferentes—dije gustosa por haber descifrado el acertijo
Alzó la vista, ofuscado.
— Si, hoy se ven mas azules que grises.
— Ah… debe ser que no está nublado.
Los cerró y suspiró. Los abrió de nuevo y fue como si parte del brillo azul se hubiera ido, aunque permanecía un poco, ya no era tan evidente como antes.
— ¿Cuál es tu gema favorita? —preguntó saliéndose por la tangente y sus ojos recayeron de nuevo en mi cuello.
— Zafiro.
— Debí suponerlo.
— ¿Por qué?
— Está en ti… —arqueé una ceja— sí, tus ojos, tu carácter, te gusta el azul, tu nombre…
— ¿Cómo lo sabes? —interrumpí automáticamente.
—Te dije que insistía cuando mis intereses personales estaban de por medio.
Me sonrojé.
— Además—añadió cuidadosamente— cuando fuiste a mi casa, tenías uno colgado en tu cuello.
—Que observador.
Se rió apretando los dientes mirándome de nuevo a los ojos.
— ¿Dónde lo conseguiste? —Inquirió —parecía muy especial.
Se me hizo un nudo en el estómago cuando mencionó aquello.
—Me lo regaló mi abuelo—respondí con voz ronca— hace mucho. No lo uso demasiado, me parece muy ostentoso como para llevarlo a la escuela.
—Humm… ¿Y porque lo portabas ese día?
Su pregunta me tomó por sorpresa al darme cuenta que no tenía una respuesta automática como para todas las anteriores; era verdad, no lo sabía, apenas recordaba como lo había encontrado de nuevo. Me encogí de hombros y miré al vacío tratando de recordar.
—No lo se. Esa era la primera vez que lo usaba. —Admití cuando capté que estaba a la espera— Supongo que me pareció lindo, me gusta mucho y no era un día de escuela.
—Ya veo. Hoy tampoco hay escuela.
— Pero no es muy adecuado llevar una cosa así a un lugar que no conozco del todo, hay más gente en Blair que en Dunkeld, podrían cortarme el cuello solo para robarlo. Yo no se los daría si me lo piden por las buenas y a mano armada. Me importa demasiado.
— Eres muy dramática— dijo en tono burlón— Si alguien decidiera cortarte el cuello no sería por tu joya… de eso estoy seguro.
Su sonrisa diabólica mostró todos sus dientes, entornó sus ojos y avivó sus cejas, parecía un demonio devastador a punto hacer algo malo que de antemano le aseguraba diversión.
—Humm… si sigues poniendo esa cara pensarán que te estoy acosando— serenó sus facciones.
— No pusiera mi cara si tú no parecieras tan… escalofriante.
— ¿Te doy miedo?
— No por las razones que imaginas.
Arqueó ambas cejas pero no me hizo retroceder; no fui capaz de decirle las verdaderas razones por las que a veces me resultaba tan temible.
— Entonces, solo para ocasiones especiales —cambió el ambiente inmediatamente volviendo al tema original.
Asentí con cautela.
— ¿Lo llevarás al baile de Halloween?
— No se, tal vez… ¡Ay! Ni siquiera tengo mi disfraz y ni siquiera se si quiero ir…
Un cambio repentino. Dudas… me preguntaba si realmente quería ir al baile y si iba, ¿por qué que iría?
— Ya veremos. —concluyó cuando un chico mesero le llevó su primer plato de comida.
Las aletas de su nariz se dilataron al percibir el delicioso aroma del desayuno, sus ojos brillaron como si fuera la primera vez que probaba bocado en mucho tiempo. Me reí al ver su expresión. Pero él no se percató de eso, o fingió no hacerlo, no me miró a mí, lo vio e él con la misma desconfianza que había utilizado con aquella mujer.
— ¿Me puede asegurar que no tiene veneno?
Abrí mi boca asombrada, de todo lo que pudo decir, eso fue lo que menos esperaba escuchar; al chico también le sorprendió, pareció ofendido. Fruncí el ceño molesta y le di una patada por debajo de la mesa a Engel.
— ¡No hagas eso! —me reclamó
Lo ignoré y me volví hacia el muchacho.
—Discúlpalo, es un poco idiota y mal educado — Entrecerré los ojos y murmuré en voz baja— En Rumania tienen costumbres muy raras.
El chico me sonrió y le devolví la sonrisa. No era mucho menor que nosotros; era alto pero tenía aún parte de las facciones infantiles.
— No te preocupes — se sonrojó agachando la vista no sin antes fulminar a Engel con la mirada.
Dejó un helado frente a mí y se marchó.
— Espero que te guste
— No tenías por que hacerlo.
— Solo di gracias o simplemente cómetelo. — soltó con acritud.
Bufé, su grandioso humor se estaba esfumando.
— Gracias— gruñí entre dientes.
Le lancé una mirada incrédula al helado, parecía delicioso, como los que salen en las heladerías de revistas y de televisión. De vainilla con jarabe de chocolate y una cereza adornándole la coronilla. Me derrotó. Tomé la cucharilla y empecé a comer en pequeñas porciones, estaba tan delicioso como lo aparentaba.
Alcé la mirada para velo, esperando que dijera algo más, ya me había desacostumbrado a estar cerca de él y que hubiera tanto silencio, pero no dijo nada, solo comía y comía. Ni siquiera cuando estaba comiendo perdía ese toque de elegancia, lo hacía rápido pero usaba adecuadamente los cubiertos y la servilleta.
El mismo chico regresaba de vez en cuando a traer mas comida para Engel y educadamente me preguntaba si no quería algo más, siempre respondía negativamente. Con solo ver comer a Engel a ese ritmo me sentí satisfecha, como si fuera yo quien hubiera ingerido toda esa comida.
Cuando terminó se puso de pie, se dirigió a pagar la cuenta y salimos; de pronto parecía enojado, ya empezaba de nuevo con sus ataques de bipolaridad, típico de Engel Jackocbsob.
Subimos al auto, quedaba poco menos de la mitad del camino; esperaba que condujera deprisa para poder llegar y no tener que sentirme incómoda a su lado, ahora que estaba enojado por no se que, me daba miedo permanecer a su lado, no imaginaba —o no quería hacerlo— que pudiera venir después; un ataque de ira, comentarios sarcásticos, bromas pesadas… no era predecible. Puso en marcha el coche, noté que había sustituido la atronadora música por violines, un cambio drástico así como su humor.
Mientras el auto iba acelerando y tomando una velocidad alarmante él volvía a sonreír, alegre y no frustrado; de todas sus reacciones posibles, esa era la que menos esperaba. Lo miré sorprendida y maravillada, era todo un ángel, dudaba que hubiera alguien más… perfecto y raro que él.
— No te molesta mi música ¿verdad?
¿Me estaba hablando a ? ¡Ah! Que tonta… claro que me hablaba a mí, no veía más personas por aquí cerca. Solo no esperaba que me hablara de esa manera, tan sereno y vivaz, despreocupado y casual.
— No, tu música está bien
Me concentré en el sonido armonioso y agudo de los violines. Sonreí satisfecha.
— Creo que me gusta.
Tenía pocos gustos sobre música, de hecho, no era fanática a ella, a bandas específicas, géneros, –-aunque detestaba algunos— solo sabía, que si alguna canción llamaba mi atención la escuchaba, hasta volverse de esas que continuamente oía en mi reproductor de música.
— Y si no te gustara… no la iba a cambiar solo por ti.
Me reí entre dientes por su extraño atrevimiento.
— Me fascina tu caballerosidad— dije en tono sarcástico.
— Y a mi me fascinas tú — expresó irónico.
— Tarde o temprano tenías que aceptarlo.
— Arrogante pulga británica.
¿Qué dijo? Quise contener una carcajada pero no lo logré y la solté sin miramientos.
— Arrogante lombriz rumana.
Y ahora fue su turno de carcajearse.
No recordaba haber bromeado tanto con él en un día o en todo el tiempo que llevábamos de conocernos, nos reímos juntos y dando la impresión de ser verdaderos amigos, esa clase de situaciones se volvían especiales para mí, mas de lo que me costaba creer o mas de lo que alguien pudiera creer. Mi ego se sentía satisfecho al ver que yo podía sacarle verdaderas sonrisas y hacerle sentir bien, me sentía como la única con la capacidad suficiente de quitarle sus máscaras de frío ermitaño, esos eran pensamientos incorrectos, pero me agradaba tenerlos, me agradaba pensar que podía hacer algo bueno por alguien, al menos una vez en mi vida.
Llegamos a Blairgowrie, mas pronto de lo que pensé, miré mi reloj, pero nos habíamos retrasado mas de quince minutos, Engel dio una vuelta por el centro hasta que localizamos el Focus aparcado en la plaza central y él aparcó detrás del auto amarillo. Eché un vistazo al interior pero no estaban los chicos.
No nos tomó mucho tiempo encontrarlos; ellos estaba sentados en una banca cercana bajo una buena sombra, disfrutando un helado, al menos no se veían molestos, solo Drew, un poco, pero un poco era bueno tomando en cuenta que antes estaba furioso.
— ¡Anne! — Saludó Jess efusivamente mientras nos acercábamos —Que bueno que ya llegaron. Mi hermano estaba a punto de ir a buscarlos, ya lo conoces.
—Drew pensó que Jac… En-gel— a Kat le costaba llamarlo por su nombre— te había secuestrado.
Escuché la risa de Engel y vi como la piel de Drew se ponía tan roja como un tomate.
— Estuvo a punto—le lancé una mirada cómplice a Engel— pero se defenderme de esa cosa.
— No cantes victoria, Anne— dijo suavemente el aludido.
Los demás alzaron la vista, sorprendidos, ellos tampoco esperaban que hablara; tanto Kat como Jess quedaron anonadadas, embobadas por lo fascinante que podía llegar a ser escucharlo hablar con naturalidad.
— Eso lo veremos. En fin, tardamos porque Engel fue a su casa… por algo que olvidó.
No se porque mentí. Solo mentí.
—Bueno ya no importa— Intervino Travis.
Advertí que solo intentaba evitar una nueva rabieta de Drew, su decisión me pareció buena.
Estuvimos un rato más ahí charlando de todo y nada, Engel hablaba poco—en realidad nada—, no se veía incómodo entre nuestro grupo pero tampoco estaba integrado por completo, tal vez no iba mucho con él sociabilizar y tampoco lo obligué a que lo hiciera, me conformaba con que se comportara y no fuera grosero, eso me bastaba, nada mas y así fue.
La mañana pasaba mas rápido de lo que parecía, o de lo que éramos capaces de darnos cuenta para comprender.
Fuimos a dar un vistazo a los escaparates de las tiendas; ahí había de toda clase de cosas para la ocasión; Halloween, toda una celebración por aquí, vendían desde adornos geniales para las casa hasta las bromas mas ocurrentes, sin mencionar las muchas clases de disfraces haciendo la tarea de decidir mas difícil aún.
Mientras caminábamos por la avenida principal encontramos a muchos de nuestros compañeros de instituto, la mitad del colegio se había puesto de acuerdo ese día para sus preparativos previos al Halloween.
Las tiendas estaban abarrotadas de gente yendo y viniendo, obsesionados con las ofertas y curioseando los artilugios raros, era fácil perderse. Habíamos visto suficiente, aún no escogíamos nuestros disfraces, me estaba volviendo loca —literalmente hablando— entre tanta gente loca, algunos llevaban su obsesión “Halloweena” mas allá de los límites normales, como los chicos que se creían vampiros e intentaban morder a la gente con sus colmillos falsos de plástico.
Nos llevamos toda la mañana haciendo compras; a medio día elegimos comer en un restaurante Español donde Engel volvió a hacer gala de su grandioso apetito. Cuando terminamos de comer decidimos que era hora de buscar los disfraces, se hacía tarde y aún no cumplíamos el objetivo que nos habíamos propuesto. Kat, Jess y yo, intencionalmente nos perdimos del alcance de los chicos -algo no tan difícil- y entramos en una tienda de ropa solo nosotras tres. Al fin solas, sin el ocurrente Travis, el malhumorado Andrew y el enigmático Engel.
— ¿Ya han decidido por algo? — preguntó Jess que estaba indecisa entre un hada y una niña diabólica.
— Seré una bruja cualquiera— dijo Kat
Se miraba en el espejo probándose sombreros puntiagudos haciendo muecas mostrando su desagrado por uno y por otro.
— Creo que elijo campanita— decidió Jess — ¿Y tu Anne?
Me quedé pensativa, frente a un espejo de cuerpo completo, me sobrepuse un vestido blanco y unas alitas de plumas también blancas en la espalda.
— ¿Un ángel? —pregunté indecisa. — no me agrada…
— ¿Por qué?
— No se… los ángeles no dan miedo.
Me saqué con sumo cuidado las alas e hice a un lado el vestido de seda blanco; las alas se quedaron colgando de mi brazo mientras acariciaba las plumitas que tenían textura de algodón. Las voces de Jess y Kat se fueron alejando, o yo me alejaba, no estaba segura; solo escuchaba sus bajos “murmullos” sobre los pros y contras de ser un personaje u otro, pero nunca puse atención. Imágenes vivas tomaron forma en mi cabeza: un par de alas de ángel atravesadas por dos espadas… Lionel entregándome un sobre del cual salía volando una pluma blanca con tacto de seda… y… Engel batiendo unas majestuosas alas oscuras en un cielo estrellado, con su rostro severo escrutando el mío temeroso y su espada plateada apuntando a mi corazón.
— No dan miedo…— repetí suavemente.
solo Engel Jackocbsob”
Forcé una sonrisa. Kat me miró extrañada, su expresión me decía que intentaba averiguar lo que estaba pensando; me di la vuelta aparentando mostrar interés de nuevo en el vestido antes de que el nombre de Engel apareciera pintado sobre mi frente con gruesas letras negras.
Kat me quitó el vestido de las manos y recogió las alas postizas.
—Serás el ángel… te va bien.
Eso tuvo doble significado para mí.
— Si… Anne ángel- Engel… ¡Es como un juego de palabras! —aventuró Jess aplaudiendo.
Moví la cabeza enérgicamente, cayendo desde las nubes hasta el suelo de un solo golpe.
— ¡¿Qué?!
— No debiste decir eso— murmuró Kat divertida
Corrió con la chica del mostrador a apartar los disfraces antes de que cambiara de opinión, me conocía lo suficiente como para saber que lo haría, pero que no me atrevería a ir a exigirle a la chica que quería cambiar mi elección. No tenía la valentía suficiente.
Refunfuñé al otorgarle la victoria.
— Hacen una buena pareja. —Continuó Jess
— ¡No, eso no!
— Si… la forma en la que te mira y tu lo miras y se miran ¡Es romántico!
— Le diré a Travis que no te golpee tanto en la cabeza.
— Piensa ahora lo que quieras, Annie… mañana me dirás que tuve la razón.
Se fue dando saltitos —mientras cantaba una ridícula cancioncita— a recoger sus cosas.
Fuera, en la avenida me rezagué unos cuantos pasos; iba detrás de ellas refunfuñando y pronto empecé a decir entre dientes cosas como Nunca, Ridículo, Tonterías, Blasfema… Lo que Jess me había dicho dentro de la tienda me afectaba peor de lo que pensé, porque me obligaba a mi misma a negarlo, pero muy en el fondo fueron como halagos, una bonita pareja para él… ¡NO! Eso jamás podría porque éramos completamente diferentes, de mundos distintos y él era… perfectamente… Engel. Yo no lo quería más que como un amigo, siempre suelo tener claro lo que quiero y a él yo no lo quería como –me estremecí- eso. Lo más lejos a lo que llegaba era a gustarme, pero nada más; ¿a quien no le gustaba?
Seguimos caminando por Hight Street en busca de los chicos, fue fácil encontrarlos, o más bien ellos nos encontraron a nosotras.
— ¿Dónde estaban? —preguntó Drew al borde de la histeria.
Pobre chico, un día de estos haría implosión.
— Llevamos buscándolas más de una hora
— Compras de chicas— respondió Kat entregándole las cosas a Travis
Miré detrás de Andrew y Travis.
— ¿Dónde está Engel?
— Creímos que estaba con ustedes
— Afortunadamente lo perdimos poco después de que ustedes se fueron.
Le lancé una mirada asesina a Drew y este de inmediato borró su estúpida sonrisa satisfactoria. Ahora se cree gracioso.
Miré desesperada hacia todos lados, podría estar en cualquier parte, podría estar perdido. Estaba siendo drástica, paranoica, tonta, ¡todo! Pero no me importaba.
— Cálmate Anne —intentó tranquilizarme Travis. — No es un niño pequeño. Estoy seguro que sabe como cuidarse.
Observaba mi rostro y sabía el debate interno que se producía dentro de mí. Quería calmarme, pero él no tenía idea de cómo quería hacer que mi imaginación siguiera volando.
— Pero…
Saqué mi móvil y busqué su número; timbró una vez… dos veces… tres, cuatro, cinco…no respondía, sentía el celular temblar en mi mano, algo no estaba bien. Dejé que siguiera timbrando hasta que me envió al buzón.
—Iré a buscarlo. —dije al fin.
— ¡Ah no! —Se quejó Andrew— Ya hemos perdido demasiado tiempo, tenemos que regresar a Dunkeld.
— ¡Vete tu si quieres! —le espeté furiosa y me di la vuelta.
— ¡Annette no es tu responsabilidad, ya está grandecito! ¡Vuelve aquí!
Me giré para encararlo, me encontraba a un par de metros de distancia de ellos, las demás personas nos veían expectantes por el vergonzoso espectáculo que estábamos ofreciendo, por el momento no había ya vergüenza, bueno, quizá la había pero otros sentimientos eran mas fuertes que esta.
— Drew deja de decirme lo que tengo que hacer ¡Me tienes cansada!
Y con eso último me perdí entre la multitud de gente para buscar a Engel; sabía que estaba exagerando un poco las cosas, mucho probablemente pero no soportaría que algo malo le pasara, a él ni a nadie.
Echaba miradas por los ventanales de las tiendas tratando de encontrarlo, quería identificar sus hermosos rasgos entre las multitudes, sin embargo de pronto me pareció imposible, tenía miedo de que se hubiese esfumado como si solo hubiera sido parte de un sueño, envanecido como un espejismo.
Terror.
Recorrí todo Hight Street hasta Wellmeadow y luego regresé para dar vuelta en Leslie Street; miré mi reloj, se hacía tarde y la lenta caída del sol también me lo recordaba. Estaba resignándome a no encontrarlo aunque no quería caer en eso, mi conciencia me decía a cada minuto que tenía que volver, pero no me sentía capaz de volver para enfrentar de nuevo a Drew, llena de vergüenza —poco a poco se hacía evidente— y con la desventura de tener que admitir que él tenía razón y yo no.
Cuando llegué al límite de la calle supe que era momento de volver y no aferrarme a esa idea, probablemente Engel ya estaba en su casa, sentado en su cama de rey jugando videojuegos. Eso me molestaba aún más que encarar a Andrew a mi regreso.
Sentía mi mandíbula temblar a causa del coraje que ese pensamiento me provocó y una lágrima traviesa cayó por mi mejilla, me la limpié fugazmente, ¡¿Por qué lloraba?!
— Enana ridícula
Me paré en seco, había escuchado claramente su voz de terciopelo, me giré pensando que estaría detrás de mí, burlándose, como siempre, y yo lo golpearía hasta cansarme. Pero no estaba, por ningún lado.
Seguí avanzando, escuchando sus irónicas risas persiguiéndome.
Había pasos rápidos y cautelosos detrás de mí, alguien me estaba siguiendo, pero no había nadie, lo comprobé varias veces. Era solo un fantasma invisible, y los fantasmas no existen. Apresuré mis pasos para alcanzar aquella calle más transitada, pero mi paranoia me hacía creer que se encontraba más lejos.
Anne no lo pongas difícil, quiero matarte, quiero ver tu sangre.
Él no me mataría, él era mi amigo, yo confiaba en él. ¿Por qué justo ahora lo escuchaba dentro de mi cabeza decir todo eso?
A pocos metros visualicé una callejuela, quizás podría esconderme allí, pero rechacé la idea, era algo muy estúpido, solo sería dejarme sin opciones para escapar.
— ¡Corre! — gritaba mi conciencia desesperada.
Estaba a punto de correr cuando una mano surgió de la nada tomándome con fuerza, atrayéndome bruscamente a trompicones hacia el interior del callejón; un grito se ahogó en mi garganta, luché contra mi raptor pero era más grande y fuerte que yo, no me dejaba moverme.
— ¡Ayu…! —No pude terminar porque me tapó la boca con una de sus manos.
— No grites, nos escuchará —me dijo en una cautelosa advertencia— No tengas miedo, no te haré daño.
Eso dicen todos. Seguí forcejeando, intentando golpearlo con mis piernas, pero era muy ágil para mi.
— Te soltaré si me prometes no gritar ni huir.
Asentí con desesperación.
Él me soltó poco a poco pero me mantuvo, inteligentemente, tomada del brazo. Lo observé con detenimiento, no tenía el aspecto de alguien con malas intenciones, se trataba simplemente de un vagabundo; vestía un raído y sucio abrigo color oliva que le llegaba a las rodillas, su cabello castaño enmarañado le caía a ambos lados de la cara ocultando sus manchadas mejillas.
— No tengo mucho dinero…
Me escuché a mi misma más valiente de lo que pretendía ser.
Se rió amablemente, su rostro estaba tenso, pero a través de su risa logró tranquilizarme de alguna manera.
—No quiero tu dinero. Intento ayudarte. Te seguían.
No era una pregunta, pero asentí aunque tenía la certeza de que alguien me seguía. Yo estaba loca y paranoica, dos grandes motivos para ignorarme tal vez.
— Mira… no se si me seguían, pero gracias. ¿Quién…eres?
Volvió a sonreír amablemente, soltó mi brazo seguro de que no me iría. Se pasó la mano por el cabello desesperadamente, como si hiciera un arduo trabajo que le suponía un gran sacrificio. Se dejó caer en el húmedo suelo de la callejuela y alzó la vista para verme desde allá abajo.
— Eso no importa… tienes que estar a salvo.
— ¿De que?
— De ellos
— ¿Quienes son ellos?
La importancia y curiosidad que esa palabra ambigua provocaba en mí las últimas horas me inquietaba tanto al tener un significado pobre y a la vez tan mayor. Si seguía así la haría tabú en mi vocabulario personal.
— No se me está permitido decirlo…
— Entonces como quieres que me aleje de alguien que no se quien es.
Me estaba poniendo irritada, definitivamente el pobre vagabundo no se encontraba bien de sus facultades mentales, le lancé una sonrisa indulgente, había interpretado mal mi “huida” pero era un buen tipo.
— Bueno… lo tomaré en cuenta, gracias—titubeé— me tengo que ir ya, me están esperando.
Antes de que pudiera moverme, él ya se había puesto de pie, me dio un susto cuando lo vi parado frente a mí si tan solo segundos atrás estaba allá abajo. Me volvió a tomar del brazo y me miró con sus impresionantes ojos verdes.
—Tienes que ser prudente; tu vida está en peligro constante, caminas a lado de la muerte todos los días y le ofreces todo… serás traicionada.
— ¿Qué…? ¿Cómo…? En serio, me tengo que ir, ya… estoy advertida, me alejaré de ellos. Buenas Noches.
No me soltó a pesar del tono sulfuroso de mi voz.
— Me tengo que ir. —Insistí.
Escuché pasos fuera de la callejuela, me preparé para pedir ayuda a quien rondaba cerca, sin embargo, había olvidado como gritar.
— ¡Anne! — Su voz me llenó de alivio aunque me hizo sentir conmocionada.
Me volví para verlo bien, deseando con todas mis fuerzas que no fuera otro espejismo, que fuera real. Caminó apresuradamente hacia nosotros y el vagabundo me soltó. El rostro de Engel era inescrutable, severo y su fría mirada se clavaba fieramente en aquel hombre, como si se planteara la posibilidad de lanzarse sobre él.
— Aléjate de ella— exigió Engel entre dientes, estaba muy molesto.
Hizo una mueca de asco y barrió su mirada en el vagabundo.
— Recuerda lo que te he dicho. —instó el pobre hombre.
— Calla, deja de molestarla.
— No lo olvides, Anne.
— ¡He dicho que te calles! —gritó un colérico Engel.
Pegué un salto, asustada ante la atronadora voz que se propagó con más fuerza gracias al eco que producía el encierro del callejón. Nunca antes lo había visto tan enojado, me estremecí. Engel dio un paso adelante y tiró de un empujón al vagabundo que no se había movido ni un paso.
— No te vuelvas a acercar a ella, o lo lamentarás —le advirtió.
Sacó unas monedas de su bolsillo y las lanzó al suelo humillantemente. Estuve a punto de protestar pero no me sentí con el valor de reñirle.
Me pasó un brazo por la cintura y me apretó a su costado de forma posesiva mientras salíamos de la callejuela, iba a mirar atrás pero estaba muy avergonzada como para hacerlo y también temí que si lo hacía Engel volviera y no lograra contener su ira.
Caminamos rápidamente hasta llegar a Hight Street, a su lado me sentía segura y el camino resultó un pequeño tramo, una corta calle desolada y nadie nos seguía.
— ¿Qué te dijo ese… hombre? —preguntó arisco.
Me sobresalté a su lado, y, en vano intenté alejarme su abrazo fuerte me tenía presa que no pude moverme ni un centímetro.
— Nada importante, creo… no estaba muy bien de la cabeza.
— ¿Qué te dijo, Annette? — elevó el tono de su voz.
— El solo pensó que me seguían— le expliqué aturdida— yo también lo creí, pero solo lo imaginé.
Nos detuvimos a lado del Lamborghini.
— ¿Dónde están Travis y los demás? —tuve que preguntar al no ver el Focus donde antes había estado.
— Se han ido. ¿Qué demonios hacías ahí?
— Vaya… Se fueron…
— ¡Respóndeme!
Arremetió su puño contra el auto, escuché un fuerte crujido, no estaba muy segura pero tuve la impresión de que había abollado el metal.
Volvió a asustarme. Retrocedí unos pasos por seguridad, no quería ser yo la siguiente. Le lancé una mirada dolida, yo solo había estado buscándolo.
— No voy a permitir que me grites. —mustié con calma.
— Tú no eres nadie para decirme que se me permite hacer y que no— Se burló con amago.
— Baja ya de tu nube de superioridad.
Bufó y me taladró con sus oscuros ojos impenetrables.
— Sube ya al auto y vámonos.
— Yo no voy contigo a ningún lado. —le espeté.
— No te pongas difícil. He dicho que subas.
— Y yo he dicho que no. —impugné decidida.
— ¡Que subas al maldito auto!
Esta vez no le di el gusto de verme acobardada. Hice un ademán de irme; antes de que me moviera, de improvisto, me tomó con firmeza de ambos brazos, me hizo girar y colocó mi espalda contra el costado del auto, escuché el ruido metálico al impactarse contra mi espalda, hice una mueca de dolor y se dio cuenta de lo que acababa de hacer, me soltó inmediatamente, pero la furia seguía en él, incontenible.
Me dejó petrificada, en estado de shock.
Apreté mis dientes con fuerza; sin estar segura de lo que iba a hacer, levanté mi mano y la dejé caer con todas mis fuerzas sobre su mejilla.
Intercambiamos miradas. Me impresionó lo mucho que habían cambiado a lo largo del día, desde la alegría hasta la rabia, como el ciclo de una planta a lo largo del año entre las cuatro estaciones.
Me di la vuelta en un revuelo y me eché a correr para que no lograse alcanzarme; no tenía un rumbo, solo corrí por la acera lo mas rápido que mis piernas podían hacerlo, para mi suerte, la parada del autobús estaba a unos cuantos metros y a punto de irse estaba uno rumbo a Dunkeld. Aceleré mis pasos forzosamente, mis piernas no habían sido creadas para correr largas distancias y con gran velocidad.
— ¡Espere! —le grité al chofer cuando cerraba las puertas.
Se detuvo antes de que se me ocurriera ponerme delante para evitar que avanzara.
Subí con desesperación y le di unos billetes; no me di cuenta de que fuera la cantidad correcta y tampoco esperé el cambio. Pasé hasta los asientos del fondo y me dejé caer con cansancio en uno de ellos, sintiéndome a salvo. Dentro del autobús me sentía tan lejos de Engel.
Suspiré aliviada y abatida.
Me vi tentada a desviar la mirada hacia atrás pero sabía que hacerlo me causaría una especie de opresión en el pecho y si lo veía aún plantado sobre la calle a lado de su auto con los puños apretados a sus costados y su firme expresión perdida, podría ser capaz de bajar y regresar pidiendo disculpas.
Utilicé toda mi fuerza de voluntad y esperé que el autobús se alejara para no tener mas opciones y quedarme ahí sentada hasta el final del recorrido.
El traqueteó del vehículo me impedía pensar con claridad sobre todo lo que había sucedido en ese día tan largo. Cada vez que cerraba los ojos para remitir mi dolor de cabeza veía su rostro descompuesto por la ira y sus hermosos ojos grises se teñían de rojo sangre. 



18 Comments to “6. Extraños desconocidos.”

  1. Cristina says:

    Esta genial!!... ya no puedo esperar al siguiente! que intriga!

  2. Anónimo says:

    Tu historia siempre me hacer pensar que se trata de un libro. ¡Es digna de admirar!...
    Es mucho pedir que no nos hagas esperar tanto, cuando al fin y al cabo, vale la pena la espera.
    Aun asi, SIGUELA QUE ESTA GENIAL!!!

    ~Jo~

  3. Unknown says:

    Me encanto!!!!
    Pues... jajaja!!!
    jajaja...ex! esta super bueno sigue asi!!!

  4. Una historia muy interesante!!!!!
    Y cada vez se pone más bueno. Ya espero el siguiente!!!!

  5. caro says:

    ola
    empese a leer tu histria y m que de muy pegada esta muy buena
    me encanto!!
    y ya no puedo esperar para leerme el siguiente capitulo
    xao

  6. Anthea says:

    Hii!!
    Soy Anthea (:
    aww!, me encanto este capitulo
    cuandoo subes el siguiente? :D
    me supermega encanto, te quieroo
    bye!

  7. Anónimo says:

    Hola..!! me encanto el capitulo
    cuando subes el siguiente?
    se pone cada vez mas interesante
    muero por el proximo capitulo

  8. caro says:

    no es por apurarte pero
    cuando vas a publicar el proximo capitulo?

  9. Anónimo says:

    me alegra que el capitulo 7to esta en proceso me pone super feliz!!!! eres un muy buen escritor o escritora?en fin no importa sigue espero y esperare vale la pena.saludos.soy mariel.

  10. Anónimo says:

    me encanta tu historia...De verdad tienes mucho talento... continua, porq nos tienes a todos en suspenso!!!

  11. mariel says:

    cuanto te falta? no es por hincha pero quiero leer el proximo capitulo y no le hagas caso a estos bobos que se ve que no tienen otra cosa que molestar tus 6 capitulos me encantaron porfavor no pares.besos mariel

  12. Espero con ansias el siguiente cap.
    tu historia es genial

  13. Anónimo says:

    hola!!!!
    encontre tu blog por casualidad y me esta gustando mucho tu forma de escribir aunq es un poco sombria..... pr bn la vdd eres muy buena o bueno jajaja espero el 7 capitulo

  14. ola que tal me he encontrado con tu blog por puro accidente y me ha encantado tu historia esta super linda siguela pronto porfas!!!!

  15. Anónimo says:

    Me gusta muchisimo tu historia y me gustaria mucho q me recomendaras alguna lectura parecida (romántica y con personajes sumamente misteriosos)

    claro, si es que sabes de alguna aparte de lo típico: crepusculo, crónicas vampíricas...

    muchas gracias y de verdad que me gusta tanto q compraría tu libro si lo pblicaras aun habiendolo leído ya
    ¡¡Gracias x todo!!

  16. Anónimo says:

    DIOSSS NO PUEDO ESPERARRRRRR AAAAAAAWWWWWW PLZ PLZ PLZ SIGUELAAAA DIOSSS !!!

  17. Maysu says:

    Genial!! quien es el hombre amigo de Juliette? ya me imagino que debe ser algo así como una organización, ya que el "vagabundo" igual habló de "ellos". Ya me tienes intrigada....

    Que pena que el cap. terminó con ellos dos enfadados.... snif


    Ee Drew insisto que está interesado en Anne!! jejje, tan celoso por Dios!!


    hasta el próximo!!


    maysu

  18. Anónimo says:

    hola me encanto tu historia es re intrigante y super romantica me encanta bue me gustaria saver cuando pondras el cap 10 q?¿ ya no puedo esperar

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