No
sentía las horas correr, el tiempo parecía haberse detenido cuando mi mente cruzó
el umbral entre la realidad y la fantasía, entre mi nuevo mundo y el viejo; con
deseos desenfrenados mis ojos consumían el contenido de las viejas hojas
apergaminadas que conformaban el libro llamado Azadeth Scriptus. Apenas lograba
entender poco, gran parte de él estaba escrito en latín y otro tanto en un
idioma desconocido, entintados garabatos que parecían más dibujos que letras,
y, un mínimo estaba en inglés, pero al menos los manuscritos ilustrados me
regalaban una pequeña pista de su contenido. Pero, aunque mi mente parecía
centrarse en ese mundo alterno a la mundana realidad, mis pensamientos seguían
presentes y alertas a lo que ocurría todos los días entre los mortales que me
rodeaban (y los no-mortales también), como si esperara que de pronto la tierra
se abriera en dos, el cielo escupiera fuego y una lucha bélica se desatara, tal
como lo advertían cientos de páginas de internet, programas apocalípticos en la
televisión, los protestantes locos en los noticieros, los mismos libros
religiosos, incluso las imágenes del Azadeth Scriptus; pero, a pesar de lo
turbio que se volvía el mundo todo parecía normal y casual para la mayoría de
las personas, parte de un cambio continuo, de la misma forma que el arte barroco
había dado paso al neoclásico.
En Dunkeld, la vida agitada y
preocupante perecía una especie de sueño fantástico, una leyenda urbana o un
mito griego; nunca sucedía nada que fuera digno de mención en los noticieros,
en los diarios, o entre los cotilleos locales; y, de pronto, como si un delgado
hilo invisible desapareciera nada más por un capricho insondable, ambos mundos
(el fantástico y el normal) se fusionaban, pero seguían tan distantes y ajenos
como agua y aceite. Pero algo iba a pasar, yo lo sabía, todos lo sabíamos:
Juliette, Liam, Engel…
Engel… Todavía me picaba la
culpabilidad por haberlo engañado de aquella manera tan ruin, por haber actuado
de una forma más propia de Rachel Arrington que en el pasado yo misma había
desaprobado y criticado hasta la saciedad junto a Kat. ¿Me había convertido en
una Rachel? No, definitivamente no. Todo había sido por recuperar algo que me
pertenecía y era importante (por alguna razón que aún nadie me explicaba), me
justifiqué. Yo era una Nephilim y tenía que…
—No, no tengo que hacer nada,
esto es ridículo—susurré dejando caer la cabeza contra el libro abierto. —esta
no es mi guerra, yo sólo…
Alguien llamó con dos golpes
suaves a la puerta de mi habitación interrumpiendo mis divagaciones.
Suspiré profundamente, aún con la
frente pegada a la imagen colorida y “caricaturizada” de Gabriel suspendido en
el cielo, asiendo una espada brillante cumpliendo con su misión de erradicar el
mal en la tierra. La imagen que ahora tenía del arcángel era bastante diferente
a lo convencional.
Dos golpes más, esta vez más
fuertes volvieron a despegarse de la puerta.
—Date prisa, llegaremos tarde.
—Reconocí la voz de Liam al otro lado.
—Aún no entiendo porque tienes
que llevarme al colegio… —gruñí irguiéndome sobre el asiento y echando una
mirada al exterior a través de la ventana de mi cuarto, era un bonito día de
marzo, la primavera estaba cerca. —Maldito vago.
—Escuché eso.
—No trataba de esconderme.
Cerré de golpe el grimorio y los
grabados metálicos incrustados sobre la piel negra que lo forraban, centellaron
contra un tenue rayo de sol que partía la habitación en dos. Pero ya no me
detuve a verlo con admiración como la primera vez, como si recién viera el
inofensivo libro de cuentos transformarse frente a mis ojos en un grueso, viejo
y gastado libro mágico. Me limité a lanzarlo en una caja vacía de zapatos, bajo
mi cama y ésta cubrirla con un viejo jersey gris que me quedaba enorme y que
había dejado de usar de pijama a los doce años. Me puse encima una chaqueta,
tomé mi mochila y antes de que Liam volviera a tocar la puerta con sus
nudillos, la abrí.
—Estoy lista, vámonos—dije con
cierta indiferencia.
Pasé por su lado a través del
pasillo hacia las escaleras, que bajé apresuradamente llegando a la puerta en
una carrera apurada como si fuera a él a quien se le había hecho tarde y no a
mí. En las últimas semanas, mi comportamiento con Liam había pasado de la
curiosidad hacia la camaradería, luego a la complicidad, posteriormente a un punto
de casi íntima confianza hasta la actual indiferencia y hostilidad. Para mí era
una fórmula simple de resolver un problema complicado (aunque yo sabía que era
incorrecta); para él, yo era una loca esquizofrénica con cambios de humor que
el justificaba como “cosas de Nephilims”. Lo cierto era que, compartir tanto
tiempo juntos me había desquiciado y
confundido de una manera poco saludable, me estaba empezando a gustar “ese
mugroso vagabundo”, como le gustaba llamarlo a Kat usando un tono pícaro, para
hacerlo parecer más interesante, era como decir “ese chico sexy” sin estropear
su imagen de chica mojigata, pues eran palabras demasiado fuertes para que sus
labios las pronunciasen. Me sentía culpable de haber estado enamorada de Engel
Jackocbsob y superarlo tan rápido como si no hubiese significado más que una
persona cualquiera y ahora sentir mariposas en el estómago cuando estaba cerca
de Liam y su piel rozaba la mía, su voz pronunciaba mi nombre (o “defectuosa”
que para él era lo mismo), sus ojos mirándome, sus chistes haciéndome reír, y
sobre todo, mucho mas importante que todo lo demás, aquel beso fugaz que me
había robado en la fiesta de San Valentín, un acto improvisado de su parte en
nuestro casi perfecto plan de recuperar el grimorio, un error que ahora me
rondaba en la cabeza y no me dejaba en paz.
Era una pérdida de tiempo empezar
a sentir algo más allá de la saludable amistad o los negocios sucios,
tratándose de Liam. Él era como yo, pero a la vez venía de un mundo
completamente diferente al mío, había vivido más experiencias que yo, él era
maduro a pesar de que lo demostraba poco, era incluso muy mayor, Liam me miraba
como su hermanita menor de mejillas redondas que podía presionar para hacerme
enojar, la niña divertida que se sumaba a su lista de persona altamente “molestable”.
—No está mal equivocarse, esas
cosas suceden—me había dicho Travis comprensivamente, sin atisbo de malicia.
—Un día quieres chocolate y otro día fresa.
— Siempre te enamoras de puros
idiotas que no puedes tener—intervino Andrew con su típico tono hostil—de
sujetos que no te quieren.
—Yo creo—repuso Kat con
suavidad—que el amor es precioso. Sólo ten cuidado y piensa que es lo que
quieres realmente; pasarán muchas decepciones antes de que encuentres al
“verdadero amor de tu vida”.
Todos, incluido Andrew, tenían
razón a pesar de que ninguno sabía lo que ocurría detrás de toda esa comedia
grotesca; sólo yo sabía que muy en el fondo los sentimientos hacia Engel
seguían ahí, simplemente se empezaba a marchitar lentamente, aunque su capullo
no moría nunca del todo, tal como los tulipanes de Juliette que ahora estaban
fríos y muertos pero bajo la tierra y la espesa capa de nieve o hielo seguían
estando vivos, esperando el momento para volver a florecer. Sin embargo, estaba
tratando de no alimentar más esos sentimientos para que murieran por completo…
estaba tratando de cubrir su raíz con más hielo y nieve… con Liam. Al mismo
tiempo, no quería, me asqueaba a mi misma mi propio egoísmo; de pronto, mi
mente me traicionaba y me hacía creer que estaba empezando a enamorarme de
verdad de él, era en ese momento cuando trataba de alejarme y tratarlo con
indiferencia y hostilidad; estaba aterrada de volver a amar, de volver a
lanzarme a la deriva por un chico que me volviera a lanzar por el borde de un
acantilado completamente sola para quedar hecha añicos, una vez más.
—Aún no entiendo porque tienes
que llevarme tú al colegio. —Repliqué hundiéndome en el asiendo del copiloto
con los brazos cruzados sobre mi pecho, amortiguando el latido fuerte de mi
corazón—No pensé que Juliette también te hubiera contratado de niñera.
—Oh no, son simplemente gajes del
oficio—rebatió sin sentirse ofendido por mi pobre intento de molestarlo—tengo
que disponer de tu auto para ir a Blair y recoger los encargos de Juliette,
sólo es por hoy.
— ¿Qué se supone que haré
después?
—Puedes decirle a Diemth que te lleve.
Aunque lo dijo con tanta
serenidad noté que apretaba los dientes cuando pronunciaba el nombre con el que
siempre se refería a Engel.
—No me habla desde… ese día.
— ¿Crees que lo sepa? Que lo que
te llevaste de su casa era una reliquia importante y no lo que parecía ser.
Me encogí de hombros.
—No—sonreí mirando hacia fuera,
por alguna razón me invadió la nostalgia—creo que en realidad está molesto
porque le corté la inspiración cuando pensó que le daría sexo gratis.
—Y… ¿te pone triste que… no te
hable? —inquirió Liam adoptando un tono más serio.
—Estoy acostumbrada.
Silencio y después volvió a
hablar.
—Deberías dejar de… interesarte
tanto en él—dijo como si fuera un psicólogo hablándole a su paciente, o una
madre intentando darle un consejo a su hija en el plan de “buenas amigas”. —Ya
te lo he dicho antes, él no tiene sentimientos, si los tuviera… lo que quiero
decir, es que no vale la pena que te sientas mal por un ser tan corrompido, por
alguien que sólo le importa él mismo. Te mereces algo mejor, puedes intentar
ser feliz; podemos elegir a pesar de lo que somos, de que, en teoría estamos
condenados, una parte de nosotros sigue siendo humana; en él no hay nada de
eso.
Entonces, sentí el dorso frío de
su mano acariciar con torpeza mi mejilla. No tuve el valor de alzar la mirada y
verlo; lo que vi fue mi propio reflejo en el espejo de la puerta izquierda del
auto, mi piel había adquirido un tono rosado en las mejillas y se extendía poco
a poco por todo mi rostro. Su toque me quemó y me alejé un poco más
removiéndome sobre el asiento y desviando la cabeza más hacia la ventanilla,
fingiendo que me gustaba mucho ver las casas que estaban en el camino que ya
conocía de memoria. Deseé que Liam no se hubiera dado cuenta de mi pequeño desliz;
afortunadamente él conducía con la mirada al frente, como la persona
responsable que no era.
— ¿Por qué lo odias? —Pregunté
intentando desviar la conversación hacia otro lado sin salir de golpe del tema.
— ¿Te hizo algo?
—Es complicado de explicar. —musitó.
—Pero, si el hecho de que sea un asesino te parece poco, entonces tú estás tan
demente como él…
—No—atajé a la defensiva— de
hecho me parece terrible, me horroriza pensar que existan seres que puedan
matar gente inocente como si mataran cucarachas.
—Entonces ahí tienes parte de tu
respuesta.
—No me satisface; de todas
maneras él…
—Aún crees que tiene un lado de
chico bueno.
—Quizás—admití avergonzada. —Me
ha salvado la vida, en más de una ocasión…
—Porque no le convienes muerta,
por ahora. —El auto se detuvo—Defectuosa, de verdad me agradas y no me gustaría
que Diemth te haga daño. Ya tengo suficientes razones para querer matarlo,
sería una exageración tener que añadir algo más a la larga lista.
Sonreí ligeramente, tomando
aquello como un cumplido al único estilo de Liam.
—Bien, me voy antes de que sea
Lafter quien me aniquile y no Engel. —Salí del auto y antes de cerrar la puerta
añadí—Encontraré la forma de volver a casa; disfruta mi auto por hoy, procura
regresarlo en una pieza.
—Eso será difícil—rió.
Hice un gesto de desaprobación y
me marché hacia la entrada del colegio; en la puerta del edificio principal me
volví pero él ya se había ido, dejándome hundida en dudas y confusiones.
Todos tenemos facetas diferentes
en nuestra personalidad, a veces está la buena, la mala, la personalidad que se
desenvuelve en locuras y la los momentos depresivos; todo eso forma parte de
nuestro ser y no por ello somos personas diferentes cada día. Una vez mi abuelo
me había dicho: cada quien conoce sus ángeles y demonios internos, y, cada cual
decide a quien seguir.
En ese momento yo me había reído
como si fuera una más de sus lunáticas frases como “si nuestros ojos fueran
cerecitas, siempre veríamos el lado dulce de la vida”. No obstante, hoy día
comprendía lo que había querido decir… y, ahí me hallaba yo otra tarde más en
el sótano de la tienda de antigüedades, agotada de duros entrenamientos como si
fuera una especie de militar, con Liam en su faceta de general, con sus órdenes
enérgicas, y un montón de cosas viejas y empolvadas de ningún valor, encerradas
en cajas de cartón, víctimas del olvido, como si hubieran sido obligadas a un
letargo indefinido. Los entrenamientos se volvían cada vez más difíciles, como
si mi cuerpo se negara a aceptar a progresar más allá de lo básico, como si una
parte de mi aún negara que lo imposible fuera posible, era doloroso como
intentar ir contra la corriente de un río.
—Ni siquiera lo intentas—me dijo
con voz dura que casi hirió lo que yo llamaba sentimientos.
—Suficiente por hoy—jadeé.
Liam se acercó a mí con los
brazos cruzados, por su expresión adiviné que no estaba muy feliz conmigo y
aunque quería hacerlo mejor y lucirme frente a él, no podía. Me miró como si
fuera un débil gusano, cuando se trataba de entrenamiento su humor era bastante
difícil de aceptar, se volvía increíblemente enérgico, podía jurar que dejaba
de ser el mismo Liam que yo conocía vagamente, el mismo chico glotón que
Juliette invitaba a veces a cenar, el mismo muchacho rebelde que me fascinaba y
ponía mis hormonas a trabajar.
—Si estuvieras en plena batalla
dudo que tu cansancio conmueva a tu enemigo. —blandió entre sus manos una
espada que se había encontrado en algún rincón del sótano, como si quisiera
comprobar que tan ágil era. — ¡Vamos, muévete Zaphirel!
Deslizó la hoja horizontalmente
en el aire cerca de mi cintura, me libré del filo dando un paso rápido hacia
atrás, pero no le devolví el gesto, estaba cansada y no quería seguir jugando, porque
para mi era un juego en el que yo trataba de fingir que podía ser fuerte y
acabar con cualquier demonio que se me pusiera enfrente, algo que en la vida
real fuera de esas cuatro paredes era imposible.
Abrí mi mano derecha y el arma en
mi mano cayó sobre el suelo de madera produciendo un sonido profundo que se
propagó por cada superficie empolvada.
— ¿Te rindes? —inquirió en son de
burla.
—No… me estoy rindiendo, te
ordeno que paremos. —sentencié con firmeza.
Liam sonrió con indulgencia y
dejó caer su espada.
El chico se acercó a mi
encogiéndose de hombros, sin embargo, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos
se precipitó hacia delante con rapidez sobrehumana, mis agotados reflejos
apenas alcanzaron a percibirlo. Plantó el codo en el costado izquierdo de mi
cara y sentí el golpe pero dolor alguno no; no obstante, perdí el equilibrio
saliendo disparada hacia atrás y cayendo de sentón en el suelo mugriento. Me
llevé una mano a la boca para comprobar que todo siguiera en su lugar y alcé la
mirada, logré divisar a través de mis ojos empañados por lágrimas, la expresión
sorprendida en la cara de Liam y luego escuché sus pasos huecos venir en mi
dirección.
—…Defectuosa… ¿Estás bien?
—preguntó perplejo poniéndose a mi altura.
— ¿Por qué lo has hecho? —mi voz
sonó cortada por el dolor que recién empezaba a extenderse a través de mi
mejilla.
—Lo siento… se suponía que te
defenderías. Así funcionan las cosas en el mundo… pensé que me detendrías.
—No pensé que fueras tan… bruto.
Liam quitó mi mano de mi mejilla,
vi que hacía una desagradable mueca que logró alarmarme lo suficiente como para
temer volver a mirarme en un espejo. Luego sonrió.
—Soy verdaderamente
fuerte—masculló colocando su mano en mi mejilla.
—No hace falta que lo menciones.
Entonces, tuve esa extraña
sensación, su mano se volvió fría y sentí los músculos de mi mejilla derecha
latir bajo su tacto hasta que dolió, intenté alejarme pero me sostuvo por la
cintura con firmeza, anticipando mis intenciones, traté de empujarlo pero
efectivamente, él era muy fuerte, más que yo al menos. Después el frío se volvió
cálido y agradable hasta que el dolor desapareció por completo.
—Tu… ¡También haces esa cosa de
las manos!
—Y tú también podrías si pusieras
empeño y no lloriquearas tanto.
Suspiré profundamente y clavé la
mirada en el suelo.
—Debe ser un fastidio para ti
tener que hacer de niñera ¿no?
— ¿Qué dices? Yo no creo que esté
haciendo de niñera—aclaró. Su mano cálida aún, acarició mi mejilla con…
¿ternura? —me gusta este trabajo, es el mejor que he tenido; también quiero
ayudarte, aunque a veces seas tan desagradablemente pesimista.
Algo revoloteó en mi estómago
como cientos de mariposas desesperadas por salir. Mi corazón dio un vuelco y me
negué a apartar la mirada del suelo… estaba abrumada por Liam.
Y mi nerviosismo se transformó en
temor de estar con Liam a solas… que mis sentimientos traicionaran a mi razón
por la persona equivocada, que escuchara mis pensamientos gritar desesperados
por la calidez de sus brazos como una sensación meramente agradable, que notara
el latir desbocado de mi corazón mientras mis mejillas se sonrojaban al
encontrarme con su mirada y disfrutar el tacto de su mano. Enamorarme de Liam
de verdad me aterraba, porque hasta entonces sólo me gustaba como a una chica
adolescente le gusta la estrella de su banda de rock favorita, esa era la parte
motivadora de los amores platónicos.
Así de rápido como una llovizna
puede transformarse en tormenta, mis sentimientos se agolparon en mi pecho, y
mi voz se ahogó en mi garganta cuando su mano descendió hasta mi barbilla
tomándola con firmeza y determinación, así era Liam, nunca vacilaba y aunque la
mayoría del tiempo se burlara de la vida y el mundo entero, de la sociedad y
sus subordinados, cuando su seriedad le embargaba se volvía otra persona
completamente distinta. Lo noté en su mirada cuando mis ojos encontraron los
suyos, por un lapso relativamente corto antes de que me empujara hacia él,
tocando superficialmente mis labios con los suyos y empezara a besarme
lentamente, como si quisiera simplemente prolongar el momento. Como respuesta
mis labios se adaptaron a la forma de los suyos y se abrieron sin miramientos a
él; entretanto, mi corazón buscó por si sólo las respuestas que esperaba,
encontrando un frío vacío en una llana penumbra olvidada.
—Más que el trabajo creo que me
gustas tu—susurró separándose apenas unos centímetros—Defectuosa, déjame
también ayudarte a ser… feliz.
Dejé caer una mano sobre el
hombro de Liam bajando nuevamente la mirada. Mi labio inferior tembló a falta
de palabras y mis ojos vieron un piso emborronado por las lágrimas contenidas
que no tenían nada que ver con el golpe que me había propinado. Yo estaba
condenada a algo mucho peor que ser un monstruo perseguido por un arcángel
psicópata; yo estaba condenada a querer a alguien que no me quería, a vivir un
amor no correspondido, a amar a Engel Jackocbsob.
—Liam… —mi voz sonó ronca.
Volví a cerrar la boca al no
encontrar las palabras adecuadas. De pronto, el sótano me pareció tan pequeño
como una caja de cartón, y ese encierro me provocó una sensación claustrofóbica.
Me deshice del abrazo de él empujándolo quizás con brusquedad, me puse de pie
de un salto, abrí la puerta de golpe y subí las escaleras hasta la salita
improvisada en la parte trasera de la tienda, salí por la puerta de servicio y
empecé a alejarme del lugar como si estuviera maldito, como si su interior
quisiera devorarme. Quería estar lejos de Liam. De verdad, no me entendía a mí
misma.
Mis pasos se volvieron una
carrera por escapar, aunque no sabía a donde iba, sólo dejé que mis pies
siguieran el rumbo que desearan, desconecté mi cerebro de la consciencia y me
dejé llevar por el delirio de los sueños rotos. Pronto, me encontré en el lugar
donde había visto a Diemth por primera vez, no con su máscara del alumno del
Birnam College, sino como la fantástica criatura que era en verdad, y,
nuevamente, pero esta vez más abundantes, las lagrimas afloraron mis ojos,
desbordaron mis párpados y cayeron en silencio por mis mejillas.
Había exigido durante mucho
tiempo respuestas a Engel, ahora era turno de exigírmelas a mí misma, y era
difícil no saber lo que quería en realidad, o lo que estaba bien y lo que no;
era doloroso aceptar la realidad; ya no importaba si era una Nephilim, o si
Gabriel nos estaba cazando como viles animales repugnantes; no, en este momento
no importaba nada de eso. Egoístamente, lo único que me importaba era yo misma…
La incesante locura me llevó a actuar deliberadamente de la forma más estúpida,
sin analizar las consecuencias, pero aquella impertinente voz en mi cabeza me
detuvo antes de hacer una tontería.
Empecé a caminar de nuevo, sin
ninguna prisa, tan tranquilamente que mis movimientos no coordinaban
adecuadamente con lo que sentía dentro de mí, con ese palpitar frenético de mi
corazón y el temblor de mis extremidades que no tenía nada que ver con el frío
que se colaba por todos lados. Él sabría que lo estaba buscando, sabría también
donde encontrarme. Solté un largo suspiro, invadido en una melancólica
nostalgia, preguntándome si llegaría… crucé los brazos mientras leía
ociosamente los nombres que rezaban las lápidas de piedra reposando
resguardadas en el antiguo cementerio de la catedral de Dunkeld, un escalofrío
me recorrió la columna al ser invadida por una extraña y desagradable sensación
que sabía era ajena al hecho de estar paseando entre las tumbas de un
cementerio, tal vez era poco usual y natural, pero al menos los muertos no
podían decir nada mas, ellos eran un mundo tan diferente y pacífico ajeno pero
no lejano; me distraje mirando al cielo una vez y observando como éste se oscurecía
lentamente a la hora del crepúsculo, como esos colores dorados se degradaban
hacia negro, conforme cada minuto transcurría en la tierra, los colores vivos se
extinguían, así como se extinguían las horas, el día… el tiempo entero. Miré el
reloj de de mi móvil, era tarde. Me pregunté si llegaría; dejé atrás el
cementerio cruzando el alto arco de la parte en ruinas de la iglesia, subí las
escaleras que sonaban huecas bajo mis pasos, resonaban con fuerza en un eco
estremecedor, llegué a un lugar amplio desprovisto de paredes, el suelo
reflejaba el ligero resplandor plateado de la luna, que ya se encontraba en
alto como único adorno de ese cielo oscuro, completamente negro. Seguí adelante
con paso lento, escuchando mis pasos como si el suelo estuviera completamente
hueco. Después, un sonido sordo a lo lejos pero no demasiado como para ser
escuchado, se dejó oír en el amplio lugar.
— ¿Estás ahí?—Pregunté al vacío.
Una sensación de dejavu me
invadió junto con un curioso miedo, algo me decía que no debería estar allí, mi
corazón latió acelerando su ritmo de forma nerviosa, así mismo me invadía una
paz inmensa que me permitía alejarme por completo de la realidad humana, de
Liam, de Juliette, Travis, Kat, Andrew… de todos menos de él. Miré al frente y
parpadeé ante la oscuridad del lugar.
Entonces… descendió del cielo
cual ángel.
— ¿Lo recuerdas?
Asentí con cautela; mis piernas temblaban y temí caer de rodillas en
cualquier momento.
— ¿Por qué? —pregunté y mi voz se
quebró al instante impidiéndome seguir.
—Destino, tal vez.
— ¿Vas a matarme? —volví a
preguntar, esta vez me escuché mas valiente de lo que me sentía.
Engel rió entre dientes y se
acercó a mí, mis piernas no me respondieron cuando intenté retroceder, aunque
no atisbé ninguna mala intención en su mirada… estaba en paz; sus ojos, aunque
fulguraban rojos como los del demonio, expresaban algo contradictorio que no
pude adivinar.
—Ojala pudiera—contestó risueño.
— ¿Quieres que te mate?
—Ojala lo hicieras. —me encogí de
hombros—Siento que en cualquier momento voy a estallar por mi misma.
—Pero esa no es la razón por la
que querías verme—me contradijo
seguro de sí mismo.
— ¿Cómo sabes que yo…?
—Siempre quieres verme—dijo
riendo con cierta arrogancia. —Y yo también quería verte; siempre quiero verte.
Mi respiración se cortó un
instante y regresó de forma agitada como los latidos de mi corazón. No me
entendía a mí misma y ni a mi instinto masoquista, porque quería estar con él
si siempre me hacía daño, siempre jugaba conmigo, con mi mente y con mis sentimientos,
lo peor era que me gustaba creerle a pesar de que ya sabía las consecuencias.
—Pues finges muy bien que no
existo—reproché un tanto dolida por su silencio de las últimas semanas—me miras
con indiferencia todo el tiempo, te la pasas burlándote de mi cuando puedes, me
haces esas caras feas de perro rabioso: soy Engel Jackocbsob, perfecto,
imperturbable, superior.
—No lo entiendes.
— ¿Qué no entiendo? —Reproché
harta de que todos me dijeran que no entendía— ¡Explícame, entonces!
Dio otro paso hacia mi, sus
brazos se extendieron y sus manos se cerraron sobre mis hombros, me miró con
intensidad, directamente a los ojos… era difícil ver su mirada sanguínea pero
la contuve armándome de valor, esperando que lo que dijera saciara mis
inquietudes.
— ¿Quieres saber por qué me alejo
de ti? —Inquirió seriamente—Esto se vuelve muy complicado, cada vez más; estoy
tan… confundido, intento pretender que no me importas, quiero convencerme a mi
mismo de que eres una chica más, pero no puedo y duele, eso que tal vez son
sentimientos, están quemándome por dentro para que no los ignore.
—Engel…
—No, Annette… ya no voy a ser más
el idiota que hace de todo para que lo odies, es inútil porque seguirás
amándome aunque yo no quiera, y yo seguiré amándote a ti si es que de eso trata
el amor.
Sus manos hacían presión sobre
mis hombros, tan fuerte mientras sus palabras salían atropelladas de sus
labios. Pero cuando terminó de hablar me acercó a él, se inclinó y besó mis
labios lentamente, como si temiera romperme, pero de un momento a otro el beso
se volvió una lucha desesperada del uno por el otro, me besó con la única
pasión frenética y feroz que sólo él sabía usar para hipnotizarme en un acto
tan mísero y corto como lo era un beso, simple pero penetrante como el fuego o
como el hielo… ó ambos al mismo tiempo; el demonio y el ángel en un solo ser.
Cuando finalmente me alejé de él,
no me dejó ir por completo, tomó mi rostro entre ambas manos presionando su
frente contra la mía y cuando abrí los ojos, los suyos se habían vuelto azules.
—Olvida el trato, perdóname por
todo lo que te he hecho, sé que no lo merezco pero te lo suplico…
—Sería una estúpida irracional si
lo hiciera; tú no eres bueno…
— ¿Y quién si lo es? —me retó—
¿el vulgar vagabundo con el que estás siempre? Nadie es bueno en este mundo, ni
siquiera tú lo eres.
—Nosotros no podemos estar
juntos. Mi tía, tu familia demoniaca, Gabriel… absolutamente todo.
—Dejémoslos atrás… vayámonos
lejos, donde nadie pueda encontrarnos, sólo tu y yo —sonó entusiasmado y sus
ojos brillaron con emoción contenida— Estoy a punto de arreglar los asuntos con
Stephanoff, quería un Nephilim, esa era su condición y ya tengo uno para él,
así te dejarán en paz.
Su propuesta era tentadora,
quería gritarle que si, que quería estar con él por siempre hasta el fin de los
tiempos, vivir mi eternidad a su lado, lejos de mi antigua vida, de esa mentira
que había durado dieciséis años, que empezáramos de nuevo del otro lado del
mundo aunque otros perecieran por mi causa.
Las palabras que yo quería decir
lucharon por salir, contra la noción de lo que era correcto, de que estaba
pensando tonterías. Ese era el comportamiento que yo desaprobaba en lo que a
“sentido racional” se refiere; nunca me había visto a mi misma queriendo
escapar con un chico por un amor sin sentido, pero cabe destacar que tampoco me
había visto nunca como una criatura fantástica, fuera de la realidad.
—Si—dije al fin esperando no
arrepentirme de la decisión—vayámonos lejos, sácame de aquí, libérame de
esta... maldición.
Besó mi frente y sonrió.
— ¿Cuándo? —insistí.
—Cuando termine los negocios con
mi padre, unas semanas. —Prometió Engel. —Por el momento debemos aparentar y
engañarlos a todos, nadie debe sospechar nada porque nuestro plan se
arruinaría. Para los tuyos debe ser como si nos odiásemos; para los míos debe
parecer que mi plan marcha a la perfección y has caído en mi trampa.
Asentí y lo rodeé con mis brazos.
—Yo sabía que había algo bueno en
ti... Sophie me dijo que sólo necesitabas una razón…
—Y la encontré. —puntualizó. —Pero
me costó aceptarlo.
Nada pudo extinguir la felicidad
que me embargó durante la siguiente semana aunque tenía que aparentarla bien,
tenía que guardar mis sonrisas para los momentos a solas con Engel en los
divertidos encuentros a escondidas que teníamos, como por ejemplo: antes de que
terminara el almuerzo nos escabullimos en el solitario jardín trasero de la
escuela despidiéndonos antes de la clase de Química. A veces aparecía como todo
un acosador dentro del baño de chicas, de igual manera lo hacía en mi
habitación por las noches antes de dormir; pasábamos largos momentos planeando
lo que haríamos una vez lejos de todo lo que llenaba nuestro presente,
planeábamos como nos marcharíamos y en ocasiones cuando la fantasía desbordaba
la realidad (aún más), guardábamos silencio, conteniendo la risa, él se
acercaba hacia mi y finalizaba la conversación con uno de sus más apasionados
besos. El hecho de hacer algo prohibido me fascinaba, sentía la adrenalina todo
el tiempo, pensar que podríamos ser descubiertos, en lugar de miedo, me
emocionaba. Gran parte de las chicas, alguna vez soñamos con vivir la escena de
una película o el drama de una novela romántica, de pronto, sentía que mi
momento de vivir esa experiencia soñada había llegado, pues, desde mi punto de
vista, podíamos ser como Romeo y Julieta, aunque la idea ya estuviera muy
trillada por el cine y la literatura moderna, pero de verdad no me importaba,
yo era Julieta y Engel una versión sádica y remasterizadas de Romeo… omitiendo
el trágico final, Romeo no podía cometer el mismo error dos veces.
¿Por qué le creía? No lo se,
quizás porque cada vez que me decía “te amo” al oído mi piel se erizaba y su
calor me protegía, él nunca había sido capaz de decírmelo a menos que lo
sintiera, yo conocía a Engel y a sus demonios y ángeles internos, la verdad se
reflejaba en sus ojos grises.
En cuanto a Liam, quizá yo estaba
siendo una persona egoísta sin corazón, pero así funcionaban estas cosas del
amor, Liam lo entendía, o eso pensaba yo. Agradecía profundamente que no
volviera a mencionar nada de ese asunto, que siguiera siendo el mismo chico de
todos los días, su declaración había quedado como una más de las cosas que se
quedaban guardadas en el sótano de la tienda de antigüedades, que nadie sacaba
y con el tiempo quedaban en el olvido bajo el polvo y la humedad; se trataba
casi de lo mismo.
—Puedes tomarte el día libre
mañana—escuché que Juliette le decía a Liam cuando lo despedía en el vestíbulo
después de la cena el sábado por la noche. —Me dedicaré a hacer inventario y
prefiero no tenerte estorbando.
— ¡Perfecto! —Exclamó él—podré
dormir hasta tarde. Te veré el lunes. Anne y yo también decidimos tomarnos el
día libre.
Terminé con el último plato sucio
de la cena y cuando se cerró la puerta atravesé la sala en dirección a las
escaleras, Engel seguramente me estaba esperando.
—Hasta mañana, tía. —me despedí y
subí las escaleras rápidamente antes de que me abordara.
Sentí la presencia de Engel
apenas había abordado el pasillo, me apresuré a mi habitación y cerré la puerta
con llave desde adentro. Mi novio… porque era mi novio, estaba recostado sobre
mi cama donde se esparcían algunos de mis libros y entre sus manos tenía uno,
su cabeza se escondía detrás de las cubiertas, aunque eso no fue lo que llamó
más mi atención. Engel vestía con un smoking elegante color negro, camisa también
negra y corbata azul. Apartó el libro de su cara y lo lanzó junto al montón que
ya tenía a lado.
—Te invito a una fiesta.
— ¿Vestida así? —Hice un ademán
con mi mano señalando el pijama.
—No—arqueó una ceja y me miró
como si fuera una loca o como si mi intelecto fuera menor al suyo— ¿Crees que
voy vestido para llevar a mi pareja en pijamas?
—Puede ser una fiesta de
disfraces—aventuré para no darle la razón. —No creo que Juliette me deje salir
ahora, menos contigo.
—Juliette tampoco te ha dejado ir
a América conmigo y aún así lo harás—sonrió con malicia.
Engel se puso se pie y se acercó
a mi, me rodeó la cintura con sus brazos y me miró directamente a los ojos,
podía ver extrañas intenciones en ellos, eran grises que no pude aventurar de que
lado estaba en este momento; sus pensamientos, como la mayor parte del tiempo
eran una incógnita, así que sólo me quedaba confiar en mi propia intuición y en
el poco sentido común que aún me quedaba.
Le devolví la sonrisa. Quería ir
a la fiesta, aunque no sabía de quien era, o de que trataba aquella reunión; el
bicho de la rebeldía picaba dentro de mi, insistente y deseoso de que empezara
a hacer algo interesante con mi vida. Era sábado… los adolescentes normales no
quedaban en casa. Hacían eso: ir de fiesta.
Le devolví la sonrisa casi
convencida.
— ¿De que es la fiesta?
Torció el gesto. Pregunta
equivocada. Había puesto el dedo en la llaga.
—Una mascarada.
—Todo—le miré con seriedad—habíamos
quedado que me hablarías con la verdad de ahora en adelante. ¿Cómo esperas que
confíe en ti si sigues ocultándome las cosas importantes?
—Es una reunión familiar—empezó.
—Con familia… ¿Te refieres a
demonios?
Asintió.
—Es el cumpleaños de mi padre, le
gusta celebrarlo, así que invitó a unos cuantos a la mansión… algunos vienen
del inframundo… otros solamente han viajado hasta aquí…
—Y esperas que yo vaya contigo a
ese lugar repleto de monstruos que quieren jugar a matar al Nephilim de la
manera más sangrienta que se les ocurra… estás loco.
Intenté liberarme de su abrazo
pero no lo logré, por lo que me limité a mirar en otra dirección.
—No te harán daño, es una tregua,
mi padre sólo quiere ofrecer una fiesta ostentosa y elegante. No te llevaría a
esa horda de infernales si supiera que no estás segura… si supiera que van a
arrebatarme a lo único que me importa en el mundo terrenal. —Besó mi frente de
forma torpemente cariñosa, no era el acto más romántico, pero tratándose de él
era una inmensa consideración, que sumaba puntos a esa frase que yo sabía le
había costado mucho pronunciar. —Yo sólo pensé que te gustaría ir… además es
algo que alimenta más nuestra farsa.
—Si Juliette se entera…
—No lo hará, te traeré antes de
que pueda notarlo.
—De acuerdo… ¿Y cómo solucionas
mi atuendo “elegantemente” adecuado?
—Lo tengo cubierto.
No se le escapaba nada.
Se inclinó sobre mi rostro y
empezó a besarme lenta y delicadamente como si quisiera que se momento durara
para siempre, yo quería que así fuera, que no pareciera el atisbo de otro sueño
lejano, que fuera más que la ilusión de mi alma, de mi mente y de mi corazón
jugando juntos un juego sucio y cruel. Alcé mis
brazos rodeando su cuello, acercándome más a él, devolviéndole el beso
con suave y torpe intensidad mientras giraba vertiginosamente en un mundo de
fantasías… pero yo estaba siendo feliz, muy feliz.
Cuando abrí los ojos y me separé
de él, mi habitación había desaparecido y había sido sustituida por una sala
grande, otra habitación, pero a diferencia de la anterior, ésta era lujosa y
sobria, con sus paredes de tapiz rojo y dorado, cortinas elegantes de
terciopelo, una luz sombría iluminándola… la habitación de Engel nunca
cambiaría, la habitación que lo reflejaba como persona, no podía ser diferente,
como él, no podría ser diferente, aunque yo intentara ver por otro ángulo
siempre sería el mismo, sin embargo había allí espacios acogedores a los cuales
les podrías ver su lado positivo y darte cuenta que su seriedad y sus defectos
potenciales podían ser omitidos en ocasiones para encontrarse con una persona
agradable.
—Todo lo que necesitas está aquí,
volveré en un rato—me informó avanzando hacia la puerta—tengo que… evaluar la
situación.
Cuando la puerta se cerró tras él
miré alrededor, buscando “todo lo que necesitaba”. Abrí ligeramente mi boca
cuando vi un maniquí portando un hermoso vestido negro de satín y encajes, era
un enorme vestido como él de una princesa… si hubiera sido color pastel, habría
jurado que parecería el pastel de cumpleaños de Stephanoff Jackocbsob; pero,
aún así me gustaba el vestido, más de lo que hubiera querido pues detestaba
sentir fijación hacia los objetos materiales, pero en ese caso resultaba
imposible. Me acerqué hasta él y deslicé mi mano por la tela, como si quisiera
comprobar que era real…
Un chasquido provino de la puerta
que estaba detrás de mí, la puerta de la habitación contigua, me giré cuando
escuché que se abría.
—Todos tenemos un precio—dijo la
chica que salía de allí. Sonrió con malicia y se acercó a mí escudriñándome con
la mirada. —Creí que eras más… que eras menos… no te ofendas pero no pareces
nada especial, apenas y eres… “bonita”.
Arqueé ambas cejas. ¿Quién
demonios era esa tipa? Sí… estaba celosa. La chica era guapa, alta, cabello
hermoso y ondulado color caramelo, ojos rojos y piel clara, no blanca sin color
como la mía… la chica era del tipo de Engel y estaba en su habitación; saliendo
como si nada de esa habitación a la que a mi no se me permitía entrar, me pregunté si Engel sabía de eso, me
pregunté si Engel lo había planeado.
—Soy Lola—amplió su sonrisa, que
la hizo parecer un poco desquiciada. —Diemth me ha pedido que te ayude a verte
decente para esta noche, porque es obvio que tu no tienes el más mínimo sentido
de “verse bien”. —Desvió rápidamente su
mirada hacia la ventana gigantesca que cubría toda la pared lateral de la
habitación y observó por un par de
minutos el paisaje que se extendía enfrente—Será una noche especial.
Lola pasó la punta de su lengua
por sus labios y se echó el cabello hacia atrás, sus ojos carmesí brillaron y
yo no sabía si confiar en un demonio que empezaba a reírse como si alguna de
las dos hubiera contado un chiste muy gracioso. Eso, ó yo no había comprendido
el significado del chiste.
—Yo puedo arreglarme sola,
gracias—le informé. —No te ofendas pero, no confío en demonios.
La chica giró su cabeza, me miró
y su sonrisa se desvaneció rápidamente, frunció su ceño y cortó el espacio que
nos separaba poniéndose delante de mí, era más alta que yo, tuve que inclinar
un poco la cabeza hacia arriba para verla a los ojos.
—Diemth confía en mí y tú confías
en él. —Sentenció—Además, no es mi intención enterrarte un tacón en el corazón,
o sacarte el ojo con un lápiz delineador; si lo hago enojar no es agradable en
la cama, si te mato, se enoja. No tengo otra opción, querida.
Pasó la palma de su mano en mi
mejilla y la acarició antes de alejarse como si se hubiera quemado con el
contacto de mi piel. Su mirada se endureció.
—Te agradecería que te quites ese
artefacto asqueroso—señaló mi colgante azul.
—Ah…
Dudé pero al final me lo quité y lo
dejé sobre la superficie de una mesa mirándola como si le dijera: de acuerdo,
no estoy armada.
Los siguientes cuarenta y cinco
minutos los pasamos frente al tocador del cuarto de baño de Engel, Lola tuvo
sus manos sobre mi cara y cabello todo el tiempo, había toda clase de
instrumentos “de belleza” ahí, de pronto la habitación se había convertido en
un salón de belleza exclusivo, y aunque no me gustaba nada la idea de que una
demonio pusiera sus manos sobre mi, me gustaba saber que me vería bien aquella
noche, que podía alcanzar los límites de mi belleza femenina, que podía
sentirme hermosa sin sentirme cohibida; y, la vanidad se apoderó de mí.
—Nada mal—puntualizó Lola cuando
se apartó por fin y ambas me miramos en el reflejo del espejo—soy dios.
—No, no eres. —La contradije,
había una sonrisa soberbia en mis labios—pero, no está mal.
De verdad no estaba nada mal, a
pesar de que la mitad de mi cara estaba cubierta por una máscara negra, con plumas,
rosas y encajes azul aguamarina, el cambio era evidente. La Annette al otro
lado del espejo parecía provenir de otro mundo paralelo, donde ella era
diferente… ella era hermosa a comparación con la chica que normalmente veía
todos los días delante del espejo, la nueva Annette pertenecía a ese mundo
sobrenatural, por primera vez se sentía a la altura de Engel Jackocbsob y no su
juguete personal.
Terminé de abrochar las correas
de los zapatos de tacón y volví al dormitorio con Lola siguiéndome el paso. Allí
ya esperaba mi novio, le sonreí y me pasé a su lado marcando mi territorio, le
devolví una sórdida sonrisa a la chica quien podía ser su acompañante en la
cama, pero yo era más que una muñeca que satisfacía placeres mundanos, lo
sabía, así era.
—Has hecho un excelente trabajo,
Lola. —dijo Engel pasando su brazo detrás de mi cintura.
—No olvides el acuerdo, Diemth.
—No lo olvido, ahora… vuelve a la
fiesta, creo que más de uno reclama tu presencia, Lujuria.
Lola se marchó con andares
coquetos.
— ¿Su acuerdo? —arqueé una ceja.
Sí, estaba celosa y había más de una razón para desconfiar de la fidelidad de
él. —Ahora tienes novia.
—Pero mi novia sólo tiene sexo
conmigo cuando está ebria. —rió entre dientes y me besó en la frente. —No hay
nada de que preocuparse, en realidad no se trata de eso, lo prometo.
Solté un suspiro. Había cosas que
no le podía exigir, era como pedirle que dejara de respirar, y, efectivamente
yo no volvería a estar con él… a menos que estuviera ebria (aunque sólo había
pasado una vez).
—Es hora.
Después de ponerse la máscara
tomó el colgante de la mesilla y pasó su mano detrás de mi cuello para
ponérmelo.
—Por seguridad. —sonrió.
Entonces se puso a mi lado
extendiendo su brazo como un acto gallardo de impecable caballerosidad, como
respuesta pasé mi brazo a través del suyo y salimos.
Desde allí se podía escuchar
música y percibir una vicioso y penetrante aroma a lavanda. Mis piernas
comenzaron a temblar al detenernos en la parte alta de las escaleras del salón
principal, mi corazón palpitó de nervios, pero traté de caminar con naturalidad
con la espada erguida, los hombros hacia atrás y la barbilla levantada, no
tenía nada que temer mientras Engel estuviera a mi lado.
Fue como si el tiempo se hubiera
detenido y la música dejado de sonar; cientos de demonios alzaron la mirada
para vernos a los dos híbridos entrar en escena.
Me encanta 💛